Voy a ser conciso en esta entrada. Tengo fobia a las ratas. Nada de irme por las ramas y contar que una vez el alcalde de Nueva York se meó los pantalones porque confundió una con su peluca y se la puso en la cabeza, nada de maldito sea el terreno donde creció el árbol del que sacaron la madera para fabricar la cuna donde durmió la gran Rata Patriarca, ni voy a contar cuánto sale un hámster en Nueva York y cómo se hace para diferenciarlo de un cobayo. Voy a ser conciso.
…Bueno…como decía.
Ah, claro, no faltará alguno que diga: ¡¡ Mesías tiene miedo a las ratas!! Infeliz.
¡¡Tú le tienes miedo a las balas!!
Bueno, ahora sí, comienzo.
Tengo una fobia. Bah, al menos eso dice Wilkins. Dice que tengo “fobia a las ratas”. Ajá…muy bien, digo yo. ¿Qué carajo es una fobia, Wil? Imagino que tener una fobia es un sentimiento parecido a cuando un mono con una ametralladora te apunta a los cojones.
- Más o menos así – dice Wilkins. – Deberías buscar el origen de esa fobia. ¿Había muchas ratas en tu casa, Mesías?
- ¿Cuál es la diferencia entre una rata y un elefante?
- ¿Tan grandes eran?
- Mi abuelo solía matarlas, curtir el cuero y venderlo como zorro marrón a las casas de abrigos para damas.
Ahí se me vino una idea a la cabeza. Como hace mucho que no visito a mis padres, quizá podría ir a visitarlos y preguntarles porqué de mi miedo a las ratas. Es un miedo que ha complicado a veces mi trabajo. El chicano Valdez, sabiendo que iba a eliminarlo y conociendo mi debilidad, llenó su departamento de ratones de laboratorio. Como detesto no terminar mis trabajos, tuve que incendiar todo el edificio. Muchas personas inocentes murieron, pero lo más importante, Valdez y sus ratones también.
Wilkins me dijo:
- Como hace mucho que no visitas a tus padres, quizá podrías ir a visitarlos y preguntarles porqué de tu miedo a las ratas…sobretodo, teniendo en cuenta que abundaban en tu casa.
Sí, infeliz, sí, fue idea de Wilkins.
Cuando llegué a casa, mi madre me saludó afectuosa.
- ¿Quién es usted?
- Tu hijo.
- Mi hijo está muerto.
- Tu otro hijo…
- Ah.
Después de un interminable minuto de silencio, se golpeó la cabeza con la palma abierta y me dijo:
- ¡¡Ahora te recuerdo!! ¿Mesías, no es así? – los químicos para fabricar jabón han hecho destrozos en la memoria de mis padres. Y también el hachís.
- Exacto.
- ¿Tú eras el gerente de banco?
- No, mamá, ese era el hijo del vecino.
- ¿No somos los Smith?
- No, mamá, eres hija de un mexicano. Bueno, olvídalo. ¿Está papá?
- Sí, está tirado en el sillón.
- Claro, para variar. Necesito saber una cosa ¿Tú o papá tienen o tenían alguna fobia?
- Yo le tengo fobia a tu padre. Y tu padre le tiene fobia al trabajo. Ya sabes que nunca quiso trabajar realmente en serio en nuestra jabonería. En cuarenta años de casados, el único regalo que me hizo fue un jabón. Que había fabricado yo misma esa mañana.
- Hablo de fobias en serio.
- ¿Tú crees que es mentira lo que te digo? En todo este tiempo jamás se ha dignado de fabricarme un jabón para mí. Todo lo que fabrico se vende. Nos bañamos y lavamos la ropa con lejía.
- ¿Y las ratas?
- Ah, enormes…son una gran compañía desde que tu hermano Richard murió y desde que te fuiste a Vietnam.
- Mi hermano se llamaba Bautista y nunca fui a Vietnam. ¿No recuerdas que querías tener catorce hijos? Mesías, Bautista, Pedro, Pablo, Bartolomé, Juan…los apóstoles…es gracioso, luego te hiciste judía.
- Cierto.
- Bueno, pero mi gran pregunta era: ¿por qué tenemos tantas ratas?
- Ah…gusto de tu padre. Pregúntale a él.
Me fui hasta el desvencijado living. Allí, tirado en su hombre favorito, estaba el sillón, con pedazos de estopa saliéndose por todos lados y un par de resortes acompañando la serenata del pedo que mi padre estaba tocando para culo solo.
- Hey, ¿quién eres?.
- Pablo.
- Nunca llegamos a Pablo con tu madre…Solo a Bautista y a Mesías, que Dios lo tenga en la gloria.
- Soy Mesías papá…saca la cabeza de adentro del sillón.
- ¡¡Resucitaste!!¿Cómo estás, como te sientes?
- Fóbico. ¿Me explicas por qué tenemos tantas ratas?
- ¿Tenemos ratas?...yo creí que esos animales peludos eran perros callejeros. ¡¡Ya mismo voy a hacer algo para matarlas!! ¡¡Esos animales transmiten enfermedades!!
Y dicho esto, se levantó un segundo de su sillón, y volvió a caer…ZRONK…zzzzzzzzzz…..zzzzzzzzzz……prrrrrrrrrrrrrrr……De nuevo el culerto para flauta de un solo agujero.
Me propuse, por mi bien, acabar con aquella infección. Saqué mi arma y empecé a disparar a cuanto bicho andaba cerca. Cada vez que mataba a uno, sentía que la fobia desaparecía de a poco. Todo tiene su costo.
Cierto es que Gobo , el único perro real de la familia perdió la vida, pero la casa quedó limpia de animales…y sucia de cadáveres. Que nunca se limpiaron.
Por eso nunca más volví a lo de mis padres. A ver si con mi oficio, empiezo a tener fobia a los cadáveres.