Mesías según Sagana Bouffard
Mesías según Olivier Moisan
- ¿Cuál será el siguiente golpe?
- Patada al mentón.
- A sus puestos. señor Richardson, no tiemble por favor.
- Es que Mesías se ha puesto sus botas con puntera de acero, señor Juez.
- Se le aclaró, señor Richardson, que esta era una pelea al estilo callejero. Usted también pudo haberse puesto botas con puntera de acero. Si no lo hizo, es su problema.
- No seas marica, Richardson. Si te quiebro la mandíbula, aguanta como un hombre. Yo he resistido muy bien tu puñalada corta en las costillas – dije, escupiendo sangre.
El asunto con Richardson viene desde lejos. Hoy estamos aquí, parados frente a frente, y me toca pegarle. Las reglas son claras: se permiten las armas blancas de dos centímetros de largo como máximo. No se pueden usar armas de fuego. Cada contendiente tiene derecho a un golpe por vez. Uno solo. El otro debe esperar el golpe como un verdadero hombre, parado y sin protegerse. El final de esta pelea demasiado larga lo deciden el abandono, la extenuación, el coma clínico o la muerte. La primera opción implica que el resto de los compañeros que trabajan en el oficio y que hoy han pagado entrada, van a considerar que vales menos que el churrero que reparte su mercancía entre los presentes. Y que probablemente tengas que abandonar el oficio y conseguir que el churrero te de un empleo, de asistente. El juez, Jesús, el mexicano de Personal Jesus, que ha sido siempre tan ecuánime y tan justo decidirá la suerte de los contendientes. Si llega a decir que he perdido, voy a matarlo.
Como he dicho, el asunto con Richardson viene desde lejos. Desde tan lejos como la escuela primaria. Ambos íbamos al mismo curso y a la misma escuela. Ambos éramos los bullies de nuestra clase, y nos ocupábamos del trabajo digno que tiene que hacer todo bully que se precie de tal: atacar a los estudiosos y hacerles la vida imposible, levantarles la falda a las niñas que nos gustaban, molestar a los profesores en la clase. Éramos las ovejas perdidas del rebaño de estudiantes, y estaba bien así. El único problema es que una escuela como la nuestra no soportaba más de un bully. Richardson y yo, que habíamos comenzado siendo amigos, nos vimos un día discutiendo quién era el más macho de los dos. Y allí comenzó todo.
- Fabuloso – dijo Jesús – le has quebrado el mentón.
- Esa patada debió dolerte, Mesías – dijo entre dientes Richardson – No es fácil patear con un músculo cortado.
- No te entiendo dos mierdas de lo que dices – le dije a Richardson – Sujétate la mandíbula para hablar, imbécil.
- Estamos en un momento de decisión. Debo constatar con ambos patrones, el Sr. Wilkins y el Sr. Verj, si es posible vendar a uno de los dos contendientes, para que sostenerle la mandíbula. El Sr. Wilkins dice que no tiene problemas. El Sr. Verj está ocupado, tratando de confraternizar con la Sra. Wilkins.
- Rita, puta de mierda, ¿puedes dejar a Verj tranquilo? – grité, dolorido, y escupí sangre de nuevo.
- El Sr. Verj dice que todo es correcto, aunque hubiese dicho que cualquier cosa era correcta, teniendo en cuenta lo ocupado que está con la señora Wilkins.
- Pido pausa entonces para aplicarme un anestésico – dije
- Concedida – dijo Jesús.
Me esnifé allí mismo otra línea de coca. Freud tenía razón, la coca calma los dolores de las operaciones. Se me ocurrió que al igual que Freud, Richardson que tenía la mandíbula colgando de un hilo, podía llegar a encontrar aliviador el hecho de tomarse una línea.
- No toques mi cocaína, imbécil.
- El siguiente golpe es mío – dijo Richardson.
- ¿Cuál será el golpe?
- Voy a hundirle los huesos de la nariz en el cerebro a ese hijo de puta.
- ¿Cuál será el golpe? – repitió Jesús, de mala manera. Hay que decirlo, cuando se le da poder a un tipo como Jesús, difícil va a ser que no lo aproveche.
- Disculpe Señor Juez, va a ser un recto de derecha a la nariz.
- Concedido.
Nuestra primera pelea había sido afuera del colegio. En realidad había comenzado adentro del colegio, pero las autoridades decidieron que por razones de seguridad (habíamos desmayado a dos preceptores y al encargado de limpieza) mejor la siguiésemos afuera, así ellos podían seguir ocupándose de temas menores, como por ejemplo, dar clase. Como las autoridades también habían prohibido que tuviésemos espectadores, Richardson dijo que él había ganado la pelea. Yo dije lo mismo. Todo el colegio tenía una opinión al respecto. Uno de los preceptores dijo que Richardson pegaba fuerte, puesto que había sido él quien lo había desmayado. El otro dijo que yo era un toro salvaje. El empleado de limpieza decía que seguramente había sido empate, porque le habíamos sacado la entreputa de manera pareja los dos para que dejara de separarnos y seguir peleando en paz.
El director dijo que no soportaba a los mentirosos, y que uno de los dos era un mentiroso, así que propuso contar los cardenales que ambos llevábamos en el cuerpo. Luego de dejarnos en calzoncillos en la enfermería, y delante de nuestros padres que habían establecido una fabulosa apuesta para ver cuál de los dos hijos era el más macho, el director sostuvo que efectivamente había sido un empate. Ambos estábamos igualmente hechos mierda. El director dijo:
- Bueno, habrá que llevarlos al hospital.
- Sí, mi hijo no se sostiene bien con la pierna quebrada – dijo el padre de Richardson.
- Y el mío está a punto de lagrimear. Vamos, no seas tan flojo, muchacho – me dijo, mientras me daba un espaldarazo en el brazo sano.
La pelea continuó. Durante toda la primaria y la secundaria. De haber ido a la Universidad, nos hubiésemos agarrado allí también. Algunas veces ganó él. Cuando me agarraba desprevenido. Otras gané yo, bajo las mismas condiciones. Un día Wilkins me dijo
- ¿No tienes ganas de ajustarle las cuentas a Richardson en una pelea justa? Sé que está trabajando para Verj, un cabrón que se está haciendo demasiado famoso. Puedo arreglar algo y cobrar entrada. Podemos utilizar al mexicano como juez.
Richardson se acercó a mí y me tiró un golpe a la nariz. Graciosamente, no me quebró la nariz, pero dolió como todos los diablos. Me dije que Richardson se estaba aflojando. Tenía menos fuerza. Lo que me puso contento, porque yo también.
- Siguiente golpe – dijo Jesús. – Mesías no ha caído. Debo avisar nuevamente que el ganador tiene derecho a una cerveza gratis en Personal Jesus.
Algo extraño sucedió entonces. Rita dejó a Verj y caminó hacia Wilkins. Le habló al oído. Wilkins se paró y pidió la palabra.
- Señoras y señores, pido un segundo de silencio y pausa para estos dos contendientes, que han luchado tan valientemente. Acaban de informarme que el Sr. Verj tiene pensado liquidar a Mesías antes de que termine la pelea.
Un murmullo general se oyó en el público.
- Así, como lo escuchan. Al Sr. Verj no le gustaría que su hombre fuerte pierda, así que ha dispuesto pegarle un tiro a mi pupilo. Como no me gustan las trampas, el Sr. Verj debe ser liquidado en este instante. Louie, has el trabajo.
Louie Skipowic, el negro que trabaja a veces para Wilkins y que por gratitud a uno de sus jefes anteriores adoptó su apellido judío, cortó rápidamente el cuello de Verj. Aprovechando el estupor general, me fui hasta mi silla, saqué mi arma y liquidé a Richardson. Luego de liquidarlo escupí algo raro que no era sangre, era más bien verde. Mirando el cadáver, le espeté:
- Yo soy más macho, hijo de puta.
- Estaba segura de que ibas a ganarle – me dijo Rita.
- ¿Era verdad? ¿Verj quería matarme?
- Claro que no, bobalicón – me dijo Rita tiernamente – Verj quería que yo envenenara a Wil. Verj quería tomar el negocio y me dijo que quería casarse conmigo. Eso es lo que me propuso mientras me hablaba. Menudo idiota.
- ¿Y por qué no aceptaste?
- Mesías, tengo fama de puta y veintiocho años. Nadie se casaría conmigo. Nadie importante, al menos. Solo Wil. Además, tú crees que todo esto tiene que ver con tu pelea de la primaria. No tiene nada que ver. No seas ciego.
- ¿Cómo que no?
- Verj estaba tomando demasiado espacio en la ciudad. Había que hacer algo. Wil habló con los otros jefes y obtuvo luz verde. ¿No sabes que todo lo que hace Wilkins es política y negocios?
- Muy cierto.
- Y además, no soy tan puta – dijo Rita, mientras tomaba de la mano a Jesús, el juez de la pelea, mexicano y dueño de Personal Jesus.
- Claro que no, Rita. Claro que no eres tan puta.
Texto: Pedro Carbajal
Foto: Sale con Fritas Producciones