lunes, 21 de enero de 2013


 Mesías según Sagana Bouffard
Mesías según Olivier Moisan

domingo, 6 de junio de 2010

Distrito


Laugthon Shelley me mira con cara de asco.

Su taza de té humea delante de su indecente cara consternada. Laugthon es un perverso. Oh sí, uno de esos tipos que se mete en problemas y que cree que prometiendo pagar puede solucionarlos. Su mueca de disgusto se eterniza en el aire y pareciera que alguien le ha puesto pausa al rostro de este degenerado con patente de Harvard. Así que mientras atisbo al camarero negro que va y viene con las bebidas, a una vieja vestida de rosa que arregla su desaforado sombrero de chanel o lo que sea, y me relamo viendo a una desventurada chica que sufre un plantón y que se ha vestido como para un cóctel y para una posterior cogida, digo, mientras pasa todo esto, Shelley mantiene su irritación. Descubro por qué, he hecho algo mal con el azúcar.
-          ¿Puedes usar las condenadas pinzas? – dice levantando una ceja y apuntando con el índice hacia el artefacto plateado. Esto hace que inmediatamente yo saque los cinco dedos de adentro del azucarero y trague el terrón de azúcar que tengo en la boca. Junto con el chicle.
-          ¿Puedes usar los putos modales que te enseñaron en Harvard? – pregunto, hastiado.
-          Un caballero no tiene nada que discutir con un matón de tu calaña. – dice Shelley, sorbiendo delicadamente su té, el meñique en el aire.
-          Salvo si ha olvidado pagarle.
-          Tendrás tu cheque mañana
-          Ya me harté de la cantinela.
-          ¿No entiendes que no puedes venir aquí? Esto es el Waldorf Astoria. La quinta avenida, trajes caros, dinero que nunca verás en tu vida, chicas inaccesibles. Usando una metáfora proporcional a tus neuronas, si estuviéramos en la jungla, te diría que te has subido al árbol equivocado. Este es mi distrito, no el tuyo.
-          Sin embargo tú no tuviste demasiados problemas en ir a buscarme a mi árbol. A mí distrito, digo.
-          Los vips y los alfas tenemos derecho de acceso en donde sea. Solo que no queremos ir a lugares donde la gente como tu vive. Lo hacemos solo en caso de…
-          De necesidad – completé yo.
Eran las cinco de la mañana. Yo estaba en casa, seguramente haciendo lo único que sé hacer a las cinco de la mañana. Continuar drogándome. Llovía copiosamente y Marine, prostituta negra a la que llamé para que viniera a acompañarme en mis arduas horas de ocio, nunca llegó. Dos días más tarde me enteré que esa noche, su pimp la había liquidado de un tiro en la nuca.  Así que mi puerta sonó y lo que yo creía que iba a ser una negra tetona y predispuesta resultó ser un economista de la Ivy league, mojado y temblando por el miedo. Desde el primer momento supe que ese tipo era una mierda de persona, porque yo soy una mierda de persona y reconozco a los de mi raza al primer vistazo.
-          Stanley me dio su dirección. Necesito que me haga un trabajo.
-          ¿Quién y por qué?
-          No puedo creerlo, estoy hablando de matar a una persona.
-          ¿Usted trabaja en Wall Street, no? Es gente que generalmente mata, pero inmiscuyéndose menos – dije, encendiendo un cigarrillo.
-          ¿Cómo lo sabe?
-          Reconozco a los de mi raza.
-          ¿Es usted economista?
-          Sí, economizo balas usando cuchillos. Responda: ¿quién y por qué?
Y allí largó todo. Más de lo que yo hubiera querido saber. Al parecer, Laugthon tenía gustos sexuales un tanto excéntricos. A Laugthon lo ponían las mendigas, los vagabundas, vamos, las  sin techo. Al maldito degenerado le gustaba recorrer las calles solo para levantarse mujeres que no se hubiesen bañado en los últimos diez meses. Esa noche, mi antro se transformó en un confesionario y Laughton Shelley, descendiente directo de una familia de escritores ingleses (no tengo idea de quién, probablemente de Oscar Wilde o alguno de esos), cantó su salmo. Me contó que recorría la ciudad en Ferrari, buscando a sus presas, a las cuales subía a su auto y ya se imaginarán el resto. Luego de terminar, se iba a su piso de la quinta avenida, contaminado ya por la hediondez que despedía el cuero europeo. Entonces subía en el ascensor sin saludar a nadie, y entraba a su casa donde generalmente vomitaba en el baño. Expeditivamente bajaba luego a su auto, (esta vez muñido de desinfectante y revividor de cuero), y se pasaba horas limpiándolo. Finalmente subía a su casa, a frotarse obsesivamente durante horas con esponjas finlandesas, de esas que dejan marcas en la piel. Todo un majareta, el tal Shelley, pero los vecinos decían que mantenía el auto impecable.
Pues bien, el amor vino a perturbar su incómoda rutina. Desde hacía un par de meses, Shelley frecuentaba siempre a la misma sin techo. Se había enamorado de ella y no podía sacársela de la cabeza. Sus ganancias mensuales habían mermado y ahora, apenas sobrevivía con algunos millones por mes. Su rendimiento en la bolsa no era el mismo y sus jefes se lo habían hecho notar, escupiéndolo en grupo. Estaba muy angustiado.
-          Mátela, pero que no sufra.
-          Ya – dije – La mataré delicadamente.
El trabajo iba a realizarse ese mismo día, a las ocho de la noche. La parte de evitarle el sufrimiento a la amada de Shelley no estaba en mis planes: a mí me gusta matar y me gusta ver cómo sufren. Si no me gustara ver el sufrimiento ajeno me habría hecho modista, no asesino. Evitarle el sufrimiento a un ser humano significa para mí lo mismo que pedirle a un deportista de elite que haga toda su carrera corriendo contra discapacitados. En fin, eran las siete y cincuenta y ocho cuando cuando recibí un mensaje en el celular: “Suspenda el trabajo. S” En ese preciso momento yo estaba cruzando la calle para cargarme a la chica, que dormía una de sus varias siestas diarias en el callejón.
Suspendí el trabajo y me volví a casa, refunfuñando, porque el día estaba lindo para matar a alguien y porque hacía un buen rato que no salía a hacer deporte.
Unas semanas más tarde Laughton tocó a mi puerta de nuevo. Si la vez anterior estaba angustiado, esta vez estaba sencillamente desesperado.
-          Necesito que reanude el trabajo. Esta vez no me importa cómo lo hace.
-          ¿Qué ha sucedido?
-          Irma está embarazada.
-          ¡Enhorabuena! Deme un segundo que saco el whisky para brindar.
-          No estoy para bromas, Mesías. Para colmo, sabe dónde trabajo. Me la he encontrado afuera de la oficina, hoy.
-          ¿Lo ha seguido?
-          Ha sido una maldita coincidencia. Ella recoge latas vacías y me vio salir del edificio cuando mientras llenaba su carrito.
-          ¿No han pensado juntos en el aborto? Digo, es una buena charla que ambos pueden compartir en su apartamento, mientras usted pule sus muebles suizos y ella le roba la platería.
-          Ella me ha llamado de un público hoy. Quiere dinero, o irá a la prensa.
-          Ella tiene su teléfono, sabe donde trabaja y además lo chantajea. Esto se pone cada vez mejor. Voy a sacar el whisky.
-          Deme uno. – rogó Shelley.
-          Esto no es un bar.
-          Por favor.
-          Ok, aquí tiene – dije, llenando otro vaso.
-          ¿No tiene un vaso limpio?
-          Esto no es un bar.
-          ¿Y por qué motivo ha instalado usted luces negras entonces?
-          Para encontrar la cocaína que se cae al piso.
-          Ingenioso – dijo Shelley, como por decir algo.
-          Tengo que cobrarle el doble, Shelley – dije, luego de un trago largo.
-          ¿Por qué?
-          Son dos vidas con las que tengo que terminar. Dos vidas son dos muertes y son dos trabajos.
-          ¡Usted acaba de aconsejarme practicar un aborto!
-          En cuestiones de trabajo soy muy católico.
Para no darles la larga, esta vez suspendí yo el trabajo. O sea, tomé una cuerda larga, tomé a Irma (o sea el trabajo) del cuello, y la suspendí de un puente. Lloró bastante. Luego su cuello sonó como una madera cuando se parte y la condenada dejó de chillar. Y ahora estoy aquí, delante de Shelley. Su rostro ha adoptado los gestos de una chica que se ha emborrachado demasiado anoche y se ha despertado en un cuarto donde hay siete hombres desnudos y ninguna otra mujer. No quiere acordarse del tema.
-          Quiero mi dinero.
-          Lo tendrá. – se disculpa Shelley.
-          Lo quiero ahora.
-          No tengo esa suma encima.
-          Venda su auto, o un mueble o lo que sea. Hay una casa de empeños cerca. No es mi problema. Deme mi dinero ahora.
-          No lo tengo. – y luego, más calmo agregó – Váyase. No le conviene que yo llame a la policía. Ante cualquier cosa que yo diga en este lugar, me creerán a mí. Este es mi distrito.
Tomé mi sobretodo y me lo puse y salí sin saludar, como los millonarios ofendidos.
-          Señor, tiene un agujero en el sobretodo – me dijo uno de los botones.
-          Vete a la mierda – le contesté.
Esta noche, Laugthon morirá, por dos motivos. El primero es porque ya hace demasiado tiempo que me debe el dinero y uno no puede hacerse fama de idiota entre los asesinos de esta ciudad. El segundo motivo es que he visto el pronóstico del tiempo, y la noche está linda para matar. Así que pues, Laugthon llegará a su estacionamiento, pero antes de entrar, verá a una mujer sin techo, medianamente guapa y con casi todos los dientes, a quien ya he contratado por algunas líneas de cocaína, un paquete de cigarrillos y dos jeringas. Frenará su auto, por puro instinto y porque nadie es insensible a aquello que adora. En ese preciso momento y viniendo desde cincuenta metros, una bala hará explotar su cerebro como una fruta roja y gris. Dispararé desde el callejón oscuro que hay paralelo a su entrada, que es, como todos los callejones que existen en esta isla, mi distrito. Y me iré, silbando contento a mi auto, meteré mi fusil en el baúl, y pasaré por la zona caminando, viendo como llevan presa a la mendiga sordomuda que contraté.
 Y si bien no habré cobrado mi deuda, habré hecho un poco de deporte, que dicen que es bueno para la salud.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Fobias


Voy a ser conciso en esta entrada. Tengo fobia a las ratas. Nada de irme por las ramas y contar que una vez el alcalde de Nueva York se meó los pantalones porque confundió una con su peluca y se la puso en la cabeza, nada de maldito sea el terreno donde creció el árbol del que sacaron la madera para fabricar la cuna donde durmió la gran Rata Patriarca, ni voy a contar cuánto sale un hámster en Nueva York y cómo se hace para diferenciarlo de un cobayo. Voy a ser conciso.


…Bueno…como decía.



Ah, claro, no faltará alguno que diga: ¡¡ Mesías tiene miedo a las ratas!! Infeliz.

¡¡Tú le tienes miedo a las balas!!

Bueno, ahora sí, comienzo.

Tengo una fobia. Bah, al menos eso dice Wilkins. Dice que tengo “fobia a las ratas”. Ajá…muy bien, digo yo. ¿Qué carajo es una fobia, Wil? Imagino que tener una fobia es un sentimiento parecido a cuando un mono con una ametralladora te apunta a los cojones.

- Más o menos así – dice Wilkins. – Deberías buscar el origen de esa fobia. ¿Había muchas ratas en tu casa, Mesías?

- ¿Cuál es la diferencia entre una rata y un elefante?

- ¿Tan grandes eran?

- Mi abuelo solía matarlas, curtir el cuero y venderlo como zorro marrón a las casas de abrigos para damas.

Ahí se me vino una idea a la cabeza. Como hace mucho que no visito a mis padres, quizá podría ir a visitarlos y preguntarles porqué de mi miedo a las ratas. Es un miedo que ha complicado a veces mi trabajo. El chicano Valdez, sabiendo que iba a eliminarlo y conociendo mi debilidad, llenó su departamento de ratones de laboratorio. Como detesto no terminar mis trabajos, tuve que incendiar todo el edificio. Muchas personas inocentes murieron, pero lo más importante, Valdez y sus ratones también.

Wilkins me dijo:

- Como hace mucho que no visitas a tus padres, quizá podrías ir a visitarlos y preguntarles porqué de tu miedo a las ratas…sobretodo, teniendo en cuenta que abundaban en tu casa.

Sí, infeliz, sí, fue idea de Wilkins.

Cuando llegué a casa, mi madre me saludó afectuosa.

- ¿Quién es usted?

- Tu hijo.

- Mi hijo está muerto.

- Tu otro hijo…

- Ah.

Después de un interminable minuto de silencio, se golpeó la cabeza con la palma abierta y me dijo:

- ¡¡Ahora te recuerdo!! ¿Mesías, no es así? – los químicos para fabricar jabón han hecho destrozos en la memoria de mis padres. Y también el hachís.

- Exacto.

- ¿Tú eras el gerente de banco?

- No, mamá, ese era el hijo del vecino.

- ¿No somos los Smith?

- No, mamá, eres hija de un mexicano. Bueno, olvídalo. ¿Está papá?

- Sí, está tirado en el sillón.

- Claro, para variar. Necesito saber una cosa ¿Tú o papá tienen o tenían alguna fobia?

- Yo le tengo fobia a tu padre. Y tu padre le tiene fobia al trabajo. Ya sabes que nunca quiso trabajar realmente en serio en nuestra jabonería. En cuarenta años de casados, el único regalo que me hizo fue un jabón. Que había fabricado yo misma esa mañana.

- Hablo de fobias en serio.

- ¿Tú crees que es mentira lo que te digo? En todo este tiempo jamás se ha dignado de fabricarme un jabón para mí. Todo lo que fabrico se vende. Nos bañamos y lavamos la ropa con lejía.

- ¿Y las ratas?

- Ah, enormes…son una gran compañía desde que tu hermano Richard murió y desde que te fuiste a Vietnam.

- Mi hermano se llamaba Bautista y nunca fui a Vietnam. ¿No recuerdas que querías tener catorce hijos? Mesías, Bautista, Pedro, Pablo, Bartolomé, Juan…los apóstoles…es gracioso, luego te hiciste judía.

- Cierto.

- Bueno, pero mi gran pregunta era: ¿por qué tenemos tantas ratas?

- Ah…gusto de tu padre. Pregúntale a él.

Me fui hasta el desvencijado living. Allí, tirado en su hombre favorito, estaba el sillón, con pedazos de estopa saliéndose por todos lados y un par de resortes acompañando la serenata del pedo que mi padre estaba tocando para culo solo.


- Hey, ¿quién eres?.

- Pablo.

- Nunca llegamos a Pablo con tu madre…Solo a Bautista y a Mesías, que Dios lo tenga en la gloria.

- Soy Mesías papá…saca la cabeza de adentro del sillón.

- ¡¡Resucitaste!!¿Cómo estás, como te sientes?

- Fóbico. ¿Me explicas por qué tenemos tantas ratas?

- ¿Tenemos ratas?...yo creí que esos animales peludos eran perros callejeros. ¡¡Ya mismo voy a hacer algo para matarlas!! ¡¡Esos animales transmiten enfermedades!!

Y dicho esto, se levantó un segundo de su sillón, y volvió a caer…ZRONK…zzzzzzzzzz…..zzzzzzzzzz……prrrrrrrrrrrrrrr……De nuevo el culerto para flauta de un solo agujero.

Me propuse, por mi bien, acabar con aquella infección. Saqué mi arma y empecé a disparar a cuanto bicho andaba cerca. Cada vez que mataba a uno, sentía que la fobia desaparecía de a poco. Todo tiene su costo.

Cierto es que Gobo , el único perro real de la familia perdió la vida, pero la casa quedó limpia de animales…y sucia de cadáveres. Que nunca se limpiaron.

Por eso nunca más volví a lo de mis padres. A ver si con mi oficio, empiezo a tener fobia a los cadáveres.


martes, 20 de octubre de 2009

Rope à dope


Rope a dope
Rope a dope es un movimiento típico de boxeo. Significa simular que uno va a lanzar un golpe, pero en realidad, lanza otro. El contrincante reacciona como si fuera a recibir el golpe, pero descuida otra parte de su cuerpo. Es allí cuando el atacante lanza un jab al hígado o un recto a la mandíbula y gana la pelea por KO. Sucede todo el tiempo en la vida de todos los días. Veremos un par de ejemplos ahora.
Joel Rimm me llamó el martes para que fuera a su casa. Vestido con una larga robe de chambre color mostaza claro, enfermo  y con  un pañuelo constantemente en la nariz, me recibió en su itálico salón. Rope a dope número 1: parecía que en realidad yo iba a informarme sobre su salud cuando en realidad iba a verlo con fines mucho más prácticos: conocer su voto en la cena del Círculo y follarme a su esposa.

-          Mesías – me dijo con una voz debilitada – Tengo el Sida.
-          Me lo habían informado.
-          Sí, mis médicos dicen que voy a morir pronto.

-          Yo te doy un par de semanas, pero no soy médico. Te ves tan mal que incluso no cuidas tu maquillaje.

-          Aún medio muerto soy un tipo poderoso – dijo, con fuerza. Luego se dejó caer en un sillón Louis no sé cuantos,  ya sin energía - No seas cruel, Mesías. Necesito que avises a tu jefe que estoy muy mal, y que probablemente no logre ir a la reunión de elección este año. Pero que mi voto es para él.

-          De acuerdo. Cuídate y descansa. Dicen que descansado, uno se muere mejor.

-          Gracias. Pasa a saludar a mi esposa, ella te tiene mucho cariño.

-          Claro que sí, Rimm. Tanto cariño que uno de tus hijos es hijo mío.

-          Si no estuviera tan enfermo te haría matar, por irrespetuoso.

-          Claro que no. ¿Quién te ha evitado tener problemas en casa durante muchos años, con una mujer sexualmente insatisfecha? Yo. Y quizá algunos más, pero sobretodo yo. Deberías considerarme casi como uno de tus mejores amigos.

-          Darse aires de ganador no es bueno, Mesías.

-          No doy aires, salvo cuando tengo gases.
Pasé a visitar a la viuda en ciernes. Rope a dope número 2: parecía que en realidad pasaba a visitarla y a preguntarle cómo se sentía,  cuando mi objetivo era clavármela.
-          Oye, ¿por qué lloras?

-          ¿No has visto que mi marido está mal, Mesías? Deberías oírlo en las noches. Sufre mucho y le han salido unas manchas horrendas en el costado que le pican constantemente.

-          Pobre marica.

-          Oye, imbécil, ¿no tienes corazón?

-          He llegado a pensar que tengo, pero que está a la altura de mis ingles. Vamos, cariño, bésame el corazón.

-          Eres un idiota redomado y sin salvación. ¿No ves que tengo problemas más graves? Si Joel muere, quién va a protegerme de toda la gente que va a intentar matarme para quedarse con esta zona de la ciudad?

-          ….

-          ¿Puedes responder eso?

-          Buenas tardes – dije, y me largué de allí.



Salí de aquella casa. Fui a la oficina de Wilkins.


-          Oye, Wil, la marica condenada de Rimm tiene efectivamente el Sida y parece que se muere. Está mal.

-          Genial – dijo Wilkins

-          Si, una marica menos en el mundo – aseveré yo.

-          No seas tan básico, Mesías. Cuando Joel muera, tendremos que tomar su parte de la ciudad o negociar con quien la tome. Ambas cosas requerirán sangre. No es una buena cosa que se muera. Hemos sido enemigos, pero también hemos sido pares. Lamentaré mucho su muerte.

-          No entiendo. Dices que es genial que la marica se muera, pero que lamentarás mucho su muerte.

-          No  he dicho que es genial que se muera. Es genial que se esté muriendo.

-          Sigo sin entender.

-          La reunión del jueves es para decidir la Presidencia del Círculo. Como sabes, el Presidente del Círculo tiene privilegios sobre los demás socios: puede elegir cómo realizar la venta de drogas, controlar los garitos, y todo tráfico que pase por su territorio se paga doble. Es un gran negocio ser presidente.

-          Sí.

-          Al mismo tiempo, no hay demasiados interesados en ser presidente en esta elección. La presidencia se ha vuelto un hierro caliente que nadie quiere tomar. Algunos negocios paralelos se están montando fuera del Círculo. No vale la pena que te cuente cuáles, pero digamos que hay asociados al Círculo que están a favor y otros que están muy en contra. No es un buen momento para ser elegido Presidente. Una decisión incorrecta y la cabeza del próximo presidente podría terminar en un bote de basura.

-          Me duermo.

-          Escucha idiota. Vamos a proponerle a los demás integrantes que voten a Rimm como presidente del Círculo. Se está muriendo, por lo tanto, no va a durar mucho en el cargo. Un cálculo muy optimista diría que aguantará dos años en el cargo. Eso nos compra tiempo. Tiempo que necesitamos para dejar que las aguas se calmen un poco. ¿Has comprendido?

-          No. Pero igual, ¿qué tengo que hacer?

-          Ve y habla con el negro, con el hispano, con los italianos y con los árabes. Diles que propongan a Rimm como presidente.

-          Ninguno va a querer. Todos odian a los maricas.

-          Muchacho, cuando uno es elegido, no importa si es marica, si le gustan las drogas o si le gusta comer caca directamente de la taza inodoro. Es elegido y punto. No se puede desdeñar ni renunciar a la presidencia del Círculo. El Círculo es sagrado y  asegura que no nos matemos entre nosotros.

-          Iré a verlos.


Uno a uno, visité a los miembros del Círculo. Los árabes me recibieron con té. Estaba bueno.
Los hispanos me recibieron con tacos. Estaban picantes. Los italianos con tallarines envenenados (me cargué uno de su familia hace un par de años, así que previniendo esto, no comí, aunque la Nonna me decía, apuntandome con su AK-47, que "staba buonno"). Los negros me recibieron a tiros, pero no para matarme, sino por pura felicidad. Todos me escucharon. Y todos votaron por Rimm como presidente del Círculo.

Fue la elección más unánime de la que se haya tenido memoria en la historia del Círculo. Pasó hace cinco años. Rimm todavía preside el Círculo, y goza de un estado admirable de salud.  Al parecer, nunca tuvo Sida. Lo que si tenía era un amigo especialista en maquillaje de cine, que ahora está delante de mis pies, exhalando sus últimos suspiros. Los miembros del Círculo no pueden atentar contra su propio Presidente. Pero me encargaron acabar con sus amigos.
 Rimm nos dejó a todos KO. Hace cinco años que es presidente. Rope a dope número 3.     


sábado, 18 de julio de 2009

El siguiente golpe




- ¿Cuál será el siguiente golpe?


- Patada al mentón.


- A sus puestos. señor Richardson, no tiemble por favor.


- Es que Mesías se ha puesto sus botas con puntera de acero, señor Juez.


- Se le aclaró, señor Richardson, que esta era una pelea al estilo callejero. Usted también pudo haberse puesto botas con puntera de acero. Si no lo hizo, es su problema.


- No seas marica, Richardson. Si te quiebro la mandíbula, aguanta como un hombre. Yo he resistido muy bien tu puñalada corta en las costillas – dije, escupiendo sangre.

El asunto con Richardson viene desde lejos. Hoy estamos aquí, parados frente a frente, y me toca pegarle. Las reglas son claras: se permiten las armas blancas de dos centímetros de largo como máximo. No se pueden usar armas de fuego. Cada contendiente tiene derecho a un golpe por vez. Uno solo. El otro debe esperar el golpe como un verdadero hombre, parado y sin protegerse. El final de esta pelea demasiado larga lo deciden el abandono, la extenuación, el coma clínico o la muerte. La primera opción implica que el resto de los compañeros que trabajan en el oficio y que hoy han pagado entrada, van a considerar que vales menos que el churrero que reparte su mercancía entre los presentes. Y que probablemente tengas que abandonar el oficio y conseguir que el churrero te de un empleo, de asistente. El juez, Jesús, el mexicano de Personal Jesus, que ha sido siempre tan ecuánime y tan justo decidirá la suerte de los contendientes. Si llega a decir que he perdido, voy a matarlo.


Como he dicho, el asunto con Richardson viene desde lejos. Desde tan lejos como la escuela primaria. Ambos íbamos al mismo curso y a la misma escuela. Ambos éramos los bullies de nuestra clase, y nos ocupábamos del trabajo digno que tiene que hacer todo bully que se precie de tal: atacar a los estudiosos y hacerles la vida imposible, levantarles la falda a las niñas que nos gustaban, molestar a los profesores en la clase. Éramos las ovejas perdidas del rebaño de estudiantes, y estaba bien así. El único problema es que una escuela como la nuestra no soportaba más de un bully. Richardson y yo, que habíamos comenzado siendo amigos, nos vimos un día discutiendo quién era el más macho de los dos. Y allí comenzó todo.


- Fabuloso – dijo Jesús – le has quebrado el mentón.


- Esa patada debió dolerte, Mesías – dijo entre dientes Richardson – No es fácil patear con un músculo cortado.


- No te entiendo dos mierdas de lo que dices – le dije a Richardson – Sujétate la mandíbula para hablar, imbécil.


- Estamos en un momento de decisión. Debo constatar con ambos patrones, el Sr. Wilkins y el Sr. Verj, si es posible vendar a uno de los dos contendientes, para que sostenerle la mandíbula. El Sr. Wilkins dice que no tiene problemas. El Sr. Verj está ocupado, tratando de confraternizar con la Sra. Wilkins.


- Rita, puta de mierda, ¿puedes dejar a Verj tranquilo? – grité, dolorido, y escupí sangre de nuevo.


- El Sr. Verj dice que todo es correcto, aunque hubiese dicho que cualquier cosa era correcta, teniendo en cuenta lo ocupado que está con la señora Wilkins.


- Pido pausa entonces para aplicarme un anestésico – dije


- Concedida – dijo Jesús.


Me esnifé allí mismo otra línea de coca. Freud tenía razón, la coca calma los dolores de las operaciones. Se me ocurrió que al igual que Freud, Richardson que tenía la mandíbula colgando de un hilo, podía llegar a encontrar aliviador el hecho de tomarse una línea.


- No toques mi cocaína, imbécil.


- El siguiente golpe es mío – dijo Richardson.


- ¿Cuál será el golpe?


- Voy a hundirle los huesos de la nariz en el cerebro a ese hijo de puta.


- ¿Cuál será el golpe? – repitió Jesús, de mala manera. Hay que decirlo, cuando se le da poder a un tipo como Jesús, difícil va a ser que no lo aproveche.


- Disculpe Señor Juez, va a ser un recto de derecha a la nariz.


- Concedido.


Nuestra primera pelea había sido afuera del colegio. En realidad había comenzado adentro del colegio, pero las autoridades decidieron que por razones de seguridad (habíamos desmayado a dos preceptores y al encargado de limpieza) mejor la siguiésemos afuera, así ellos podían seguir ocupándose de temas menores, como por ejemplo, dar clase. Como las autoridades también habían prohibido que tuviésemos espectadores, Richardson dijo que él había ganado la pelea. Yo dije lo mismo. Todo el colegio tenía una opinión al respecto. Uno de los preceptores dijo que Richardson pegaba fuerte, puesto que había sido él quien lo había desmayado. El otro dijo que yo era un toro salvaje. El empleado de limpieza decía que seguramente había sido empate, porque le habíamos sacado la entreputa de manera pareja los dos para que dejara de separarnos y seguir peleando en paz.


El director dijo que no soportaba a los mentirosos, y que uno de los dos era un mentiroso, así que propuso contar los cardenales que ambos llevábamos en el cuerpo. Luego de dejarnos en calzoncillos en la enfermería, y delante de nuestros padres que habían establecido una fabulosa apuesta para ver cuál de los dos hijos era el más macho, el director sostuvo que efectivamente había sido un empate. Ambos estábamos igualmente hechos mierda. El director dijo:


- Bueno, habrá que llevarlos al hospital.


- Sí, mi hijo no se sostiene bien con la pierna quebrada – dijo el padre de Richardson.


- Y el mío está a punto de lagrimear. Vamos, no seas tan flojo, muchacho – me dijo, mientras me daba un espaldarazo en el brazo sano.


La pelea continuó. Durante toda la primaria y la secundaria. De haber ido a la Universidad, nos hubiésemos agarrado allí también. Algunas veces ganó él. Cuando me agarraba desprevenido. Otras gané yo, bajo las mismas condiciones. Un día Wilkins me dijo


- ¿No tienes ganas de ajustarle las cuentas a Richardson en una pelea justa? Sé que está trabajando para Verj, un cabrón que se está haciendo demasiado famoso. Puedo arreglar algo y cobrar entrada. Podemos utilizar al mexicano como juez.


Richardson se acercó a mí y me tiró un golpe a la nariz. Graciosamente, no me quebró la nariz, pero dolió como todos los diablos. Me dije que Richardson se estaba aflojando. Tenía menos fuerza. Lo que me puso contento, porque yo también.


- Siguiente golpe – dijo Jesús. – Mesías no ha caído. Debo avisar nuevamente que el ganador tiene derecho a una cerveza gratis en Personal Jesus.


Algo extraño sucedió entonces. Rita dejó a Verj y caminó hacia Wilkins. Le habló al oído. Wilkins se paró y pidió la palabra.


- Señoras y señores, pido un segundo de silencio y pausa para estos dos contendientes, que han luchado tan valientemente. Acaban de informarme que el Sr. Verj tiene pensado liquidar a Mesías antes de que termine la pelea.


Un murmullo general se oyó en el público.


- Así, como lo escuchan. Al Sr. Verj no le gustaría que su hombre fuerte pierda, así que ha dispuesto pegarle un tiro a mi pupilo. Como no me gustan las trampas, el Sr. Verj debe ser liquidado en este instante. Louie, has el trabajo.


Louie Skipowic, el negro que trabaja a veces para Wilkins y que por gratitud a uno de sus jefes anteriores adoptó su apellido judío, cortó rápidamente el cuello de Verj. Aprovechando el estupor general, me fui hasta mi silla, saqué mi arma y liquidé a Richardson. Luego de liquidarlo escupí algo raro que no era sangre, era más bien verde. Mirando el cadáver, le espeté:


- Yo soy más macho, hijo de puta.


- Estaba segura de que ibas a ganarle – me dijo Rita.


- ¿Era verdad? ¿Verj quería matarme?


- Claro que no, bobalicón – me dijo Rita tiernamente – Verj quería que yo envenenara a Wil. Verj quería tomar el negocio y me dijo que quería casarse conmigo. Eso es lo que me propuso mientras me hablaba. Menudo idiota.


- ¿Y por qué no aceptaste?


- Mesías, tengo fama de puta y veintiocho años. Nadie se casaría conmigo. Nadie importante, al menos. Solo Wil. Además, tú crees que todo esto tiene que ver con tu pelea de la primaria. No tiene nada que ver. No seas ciego.


- ¿Cómo que no?


- Verj estaba tomando demasiado espacio en la ciudad. Había que hacer algo. Wil habló con los otros jefes y obtuvo luz verde. ¿No sabes que todo lo que hace Wilkins es política y negocios?


- Muy cierto.


- Y además, no soy tan puta – dijo Rita, mientras tomaba de la mano a Jesús, el juez de la pelea, mexicano y dueño de Personal Jesus.


- Claro que no, Rita. Claro que no eres tan puta.


Texto: Pedro Carbajal

Foto: Sale con Fritas Producciones