sábado, 18 de julio de 2009

El siguiente golpe




- ¿Cuál será el siguiente golpe?


- Patada al mentón.


- A sus puestos. señor Richardson, no tiemble por favor.


- Es que Mesías se ha puesto sus botas con puntera de acero, señor Juez.


- Se le aclaró, señor Richardson, que esta era una pelea al estilo callejero. Usted también pudo haberse puesto botas con puntera de acero. Si no lo hizo, es su problema.


- No seas marica, Richardson. Si te quiebro la mandíbula, aguanta como un hombre. Yo he resistido muy bien tu puñalada corta en las costillas – dije, escupiendo sangre.

El asunto con Richardson viene desde lejos. Hoy estamos aquí, parados frente a frente, y me toca pegarle. Las reglas son claras: se permiten las armas blancas de dos centímetros de largo como máximo. No se pueden usar armas de fuego. Cada contendiente tiene derecho a un golpe por vez. Uno solo. El otro debe esperar el golpe como un verdadero hombre, parado y sin protegerse. El final de esta pelea demasiado larga lo deciden el abandono, la extenuación, el coma clínico o la muerte. La primera opción implica que el resto de los compañeros que trabajan en el oficio y que hoy han pagado entrada, van a considerar que vales menos que el churrero que reparte su mercancía entre los presentes. Y que probablemente tengas que abandonar el oficio y conseguir que el churrero te de un empleo, de asistente. El juez, Jesús, el mexicano de Personal Jesus, que ha sido siempre tan ecuánime y tan justo decidirá la suerte de los contendientes. Si llega a decir que he perdido, voy a matarlo.


Como he dicho, el asunto con Richardson viene desde lejos. Desde tan lejos como la escuela primaria. Ambos íbamos al mismo curso y a la misma escuela. Ambos éramos los bullies de nuestra clase, y nos ocupábamos del trabajo digno que tiene que hacer todo bully que se precie de tal: atacar a los estudiosos y hacerles la vida imposible, levantarles la falda a las niñas que nos gustaban, molestar a los profesores en la clase. Éramos las ovejas perdidas del rebaño de estudiantes, y estaba bien así. El único problema es que una escuela como la nuestra no soportaba más de un bully. Richardson y yo, que habíamos comenzado siendo amigos, nos vimos un día discutiendo quién era el más macho de los dos. Y allí comenzó todo.


- Fabuloso – dijo Jesús – le has quebrado el mentón.


- Esa patada debió dolerte, Mesías – dijo entre dientes Richardson – No es fácil patear con un músculo cortado.


- No te entiendo dos mierdas de lo que dices – le dije a Richardson – Sujétate la mandíbula para hablar, imbécil.


- Estamos en un momento de decisión. Debo constatar con ambos patrones, el Sr. Wilkins y el Sr. Verj, si es posible vendar a uno de los dos contendientes, para que sostenerle la mandíbula. El Sr. Wilkins dice que no tiene problemas. El Sr. Verj está ocupado, tratando de confraternizar con la Sra. Wilkins.


- Rita, puta de mierda, ¿puedes dejar a Verj tranquilo? – grité, dolorido, y escupí sangre de nuevo.


- El Sr. Verj dice que todo es correcto, aunque hubiese dicho que cualquier cosa era correcta, teniendo en cuenta lo ocupado que está con la señora Wilkins.


- Pido pausa entonces para aplicarme un anestésico – dije


- Concedida – dijo Jesús.


Me esnifé allí mismo otra línea de coca. Freud tenía razón, la coca calma los dolores de las operaciones. Se me ocurrió que al igual que Freud, Richardson que tenía la mandíbula colgando de un hilo, podía llegar a encontrar aliviador el hecho de tomarse una línea.


- No toques mi cocaína, imbécil.


- El siguiente golpe es mío – dijo Richardson.


- ¿Cuál será el golpe?


- Voy a hundirle los huesos de la nariz en el cerebro a ese hijo de puta.


- ¿Cuál será el golpe? – repitió Jesús, de mala manera. Hay que decirlo, cuando se le da poder a un tipo como Jesús, difícil va a ser que no lo aproveche.


- Disculpe Señor Juez, va a ser un recto de derecha a la nariz.


- Concedido.


Nuestra primera pelea había sido afuera del colegio. En realidad había comenzado adentro del colegio, pero las autoridades decidieron que por razones de seguridad (habíamos desmayado a dos preceptores y al encargado de limpieza) mejor la siguiésemos afuera, así ellos podían seguir ocupándose de temas menores, como por ejemplo, dar clase. Como las autoridades también habían prohibido que tuviésemos espectadores, Richardson dijo que él había ganado la pelea. Yo dije lo mismo. Todo el colegio tenía una opinión al respecto. Uno de los preceptores dijo que Richardson pegaba fuerte, puesto que había sido él quien lo había desmayado. El otro dijo que yo era un toro salvaje. El empleado de limpieza decía que seguramente había sido empate, porque le habíamos sacado la entreputa de manera pareja los dos para que dejara de separarnos y seguir peleando en paz.


El director dijo que no soportaba a los mentirosos, y que uno de los dos era un mentiroso, así que propuso contar los cardenales que ambos llevábamos en el cuerpo. Luego de dejarnos en calzoncillos en la enfermería, y delante de nuestros padres que habían establecido una fabulosa apuesta para ver cuál de los dos hijos era el más macho, el director sostuvo que efectivamente había sido un empate. Ambos estábamos igualmente hechos mierda. El director dijo:


- Bueno, habrá que llevarlos al hospital.


- Sí, mi hijo no se sostiene bien con la pierna quebrada – dijo el padre de Richardson.


- Y el mío está a punto de lagrimear. Vamos, no seas tan flojo, muchacho – me dijo, mientras me daba un espaldarazo en el brazo sano.


La pelea continuó. Durante toda la primaria y la secundaria. De haber ido a la Universidad, nos hubiésemos agarrado allí también. Algunas veces ganó él. Cuando me agarraba desprevenido. Otras gané yo, bajo las mismas condiciones. Un día Wilkins me dijo


- ¿No tienes ganas de ajustarle las cuentas a Richardson en una pelea justa? Sé que está trabajando para Verj, un cabrón que se está haciendo demasiado famoso. Puedo arreglar algo y cobrar entrada. Podemos utilizar al mexicano como juez.


Richardson se acercó a mí y me tiró un golpe a la nariz. Graciosamente, no me quebró la nariz, pero dolió como todos los diablos. Me dije que Richardson se estaba aflojando. Tenía menos fuerza. Lo que me puso contento, porque yo también.


- Siguiente golpe – dijo Jesús. – Mesías no ha caído. Debo avisar nuevamente que el ganador tiene derecho a una cerveza gratis en Personal Jesus.


Algo extraño sucedió entonces. Rita dejó a Verj y caminó hacia Wilkins. Le habló al oído. Wilkins se paró y pidió la palabra.


- Señoras y señores, pido un segundo de silencio y pausa para estos dos contendientes, que han luchado tan valientemente. Acaban de informarme que el Sr. Verj tiene pensado liquidar a Mesías antes de que termine la pelea.


Un murmullo general se oyó en el público.


- Así, como lo escuchan. Al Sr. Verj no le gustaría que su hombre fuerte pierda, así que ha dispuesto pegarle un tiro a mi pupilo. Como no me gustan las trampas, el Sr. Verj debe ser liquidado en este instante. Louie, has el trabajo.


Louie Skipowic, el negro que trabaja a veces para Wilkins y que por gratitud a uno de sus jefes anteriores adoptó su apellido judío, cortó rápidamente el cuello de Verj. Aprovechando el estupor general, me fui hasta mi silla, saqué mi arma y liquidé a Richardson. Luego de liquidarlo escupí algo raro que no era sangre, era más bien verde. Mirando el cadáver, le espeté:


- Yo soy más macho, hijo de puta.


- Estaba segura de que ibas a ganarle – me dijo Rita.


- ¿Era verdad? ¿Verj quería matarme?


- Claro que no, bobalicón – me dijo Rita tiernamente – Verj quería que yo envenenara a Wil. Verj quería tomar el negocio y me dijo que quería casarse conmigo. Eso es lo que me propuso mientras me hablaba. Menudo idiota.


- ¿Y por qué no aceptaste?


- Mesías, tengo fama de puta y veintiocho años. Nadie se casaría conmigo. Nadie importante, al menos. Solo Wil. Además, tú crees que todo esto tiene que ver con tu pelea de la primaria. No tiene nada que ver. No seas ciego.


- ¿Cómo que no?


- Verj estaba tomando demasiado espacio en la ciudad. Había que hacer algo. Wil habló con los otros jefes y obtuvo luz verde. ¿No sabes que todo lo que hace Wilkins es política y negocios?


- Muy cierto.


- Y además, no soy tan puta – dijo Rita, mientras tomaba de la mano a Jesús, el juez de la pelea, mexicano y dueño de Personal Jesus.


- Claro que no, Rita. Claro que no eres tan puta.


Texto: Pedro Carbajal

Foto: Sale con Fritas Producciones

lunes, 13 de julio de 2009

Explicaciones al caso



No me siento seguro sin mi arma. Puedo matar al más pintado a golpes, puedo patear costillas hasta que me den calambres, pero no me siento seguro sin mi arma. Es simple.

Usted sabe como la he encontrado, o mejor dicho, como nos hemos encontrado (mi arma y yo). Se la saqué a Jet, el otro matón que tenía Wilkins, mi jefe (Dios lo guarde en su gloria, a Jet, Wilkins goza de perfecta salud, salvo por su diabetes). Jet la compró una tarde de abril, todavía la recuerdo...Era cálida, suave (la tarde, el arma era una magnum 45 con cachas doradas, 15 tiros más uno en la recámara).

Jet la sacó (el arma) y me la mostró (en la palma de la mano, el arma, por supuesto). Fue amor a primera vista (con el arma, no con Jet). Así, esperé el momento oportuno, se presentaron unos traficantes de droga en la casa para charlar con Wilkins, hice que Jet comenzara a disparar, liquidé a los traficantes (con una pistola que tiré luego a la basura), y me la quedé (al arma).

Mi madre decía que yo necesitaba sostenes morales y yo le contestaba que los únicos sostenes que me importaban eran los que la vecina colgaba de la cuerda donde secaba la ropa. Que mi madre mencionara que necesitaba sostenes morales me molestaba tanto que llegué a patearla (a la silla desde donde ella limpiaba la araña del techo, a mi madre ya la había pateado mucho antes).

Pero es verdad. Necesito algunas veces cosas para sentirme seguro. Lugares, por ejemplo. Me gusta mucho por ejemplo, ir a tomar café a Personal Jesus, (que es mi bar de siempre, incluso cuando no era Personal Jesus y tenía otro nombre) y encontrarme con Jesús, el mexicano que atiende la barra, (que es algo así como un conocido amigable que me da crédito hasta que estoy borracho) y pedirle dos daiquiris, (o varios whiskies, si no tengo ganas de sexo) conocer a una bonita e irme a acostar (con ella, no con Jesús). Y eso pasó la otra noche (el jueves a la noche, para ser exactos).

Se daba una clásica pelea entre dos razas minoritarias de nuestro país. Jesús (que es mexicano) y un negro (que no me acuerdo como se llamaba, ni me importa) se pusieron a discutir sobre buenos modales. (Según parece, el negro había maltratado a Jesús diciéndole ¨maldito ilegal¨, ¨pedazo de mierda¨, ¨inútil¨ y ¨detesto el picante que le pones a la comida¨). Jesús se había comportado como un caballero hasta la parte del picante, es decir, hasta que el negro no solo se metió con él, sino que también se había metido con su raza y su cultura (esa cultura asquerosa que tienen los mexicanos de meterle picante hasta al café, y esto lo digo con conocimiento de causa, soy nieto de un maldito mexicano). Jesús me dijo que mediara en el asunto, que no soportaba más al negro que lo discriminaba, (venía todos los días, no era esta la primera vez, ni de la queja ni de la discriminación) así que me acerqué a su mesa, (la del negro, Jesús me miraba desde la barra) me agaché cerca de la oreja (del negro), corrí mi impermeable y le mostré mi magnum y le dije algo al oído. Cuando volví, Jesús me preguntó:

- ¿Que le dijiste?

- Que yo era el dueño del bar, y que no iba a aceptar que te discrimen. Que se calmara, o le iba a meter un tiro. Y que además, desde hoy en adelante, Personal Jesús no acepta negros. Dame otro, Jesús.

Por supuesto que le había dicho al negro que no perdiera su tiempo con un sucio mexicano.

Una chica estaba sentada en la barra. Tenía cara de estudiante o algo, estaba con un libro enorme sobre la barra, y debe haber sido eso lo que me impidió mirarla y darme cuenta que estaba más buena que disparar a la cabeza (siempre que una mujer tiene un libro me resulta peligrosa, esa mujer tiene más información de la que yo tengo, y eso no me gusta). Cuando me vio trabajar al negro, se acercó. Tenía tetas tremendas, y me pidió que también prestara atención al prendedor que tenía puesto en la vecindad de esas tetas. Según tuvo a bien aclararme, se trataba de una capucha blanca...

- Sí, claro, una capucha blanca.- le dije.

- ¿Sabes qué es?- me preguntó.

- ¿Corporación de Jabonerías?- pregunté- Su capucha queda más blanca con Jabón tal y tal...mis padres fabricaban jabón.

- No importa, te comportaste con ese negro. ¿Tú también los odias?

- No. Son buenos para boxear. Bah, si. Bah, no sé. Me gustan tus tetas.

- ¿Eres siempre tan animal con las mujeres?

- Solo con las que hacen preguntas difíciles. Si te sacas ese pulóver me mostrarás mejor ese prendedor que llevas y te sacarás la duda. Vamos a casa, nena. Jesús, pon lo de la señorita a mi cuenta.

Creo haber advertido que me gritaba (Jesús, no la señorita, la señorita gritó y bastante arriba de mi cama) en español que ya no que mi crédito en Personal Jesus se había agotado, pero no le di importancia.

Llegamos a casa. La hice subir (las escaleras, después la hice subir a la cama) y la mate (literalmente, sin querer). Fue cuando, luego del sexo me estaba vistiendo, y la mocosa quiso ver mi arma. Sin darme cuenta, le había sacado el seguro cuando la estaba limpiando y se disparó, cuando se la tiré para que la revisara, y ella no pudo atraparla. Así que ahora estoy aquí, tratando de explicarles por qué me siento tan seguro con mi arma. Se me ocurre una explicación: Porque cuando se disparó, el tiro le pegó a ella y no a mí....


Texto: Pedro Carbajal

Foto: Sale con Fritas Producciones