
No me siento seguro sin mi arma. Puedo matar al más pintado a golpes, puedo patear costillas hasta que me den calambres, pero no me siento seguro sin mi arma. Es simple.
Usted sabe como la he encontrado, o mejor dicho, como nos hemos encontrado (mi arma y yo). Se la saqué a Jet, el otro matón que tenía Wilkins, mi jefe (Dios lo guarde en su gloria, a Jet, Wilkins goza de perfecta salud, salvo por su diabetes). Jet la compró una tarde de abril, todavía la recuerdo...Era cálida, suave (la tarde, el arma era una magnum 45 con cachas doradas, 15 tiros más uno en la recámara).
Jet la sacó (el arma) y me la mostró (en la palma de la mano, el arma, por supuesto). Fue amor a primera vista (con el arma, no con Jet). Así, esperé el momento oportuno, se presentaron unos traficantes de droga en la casa para charlar con Wilkins, hice que Jet comenzara a disparar, liquidé a los traficantes (con una pistola que tiré luego a la basura), y me la quedé (al arma).
Mi madre decía que yo necesitaba sostenes morales y yo le contestaba que los únicos sostenes que me importaban eran los que la vecina colgaba de la cuerda donde secaba la ropa. Que mi madre mencionara que necesitaba sostenes morales me molestaba tanto que llegué a patearla (a la silla desde donde ella limpiaba la araña del techo, a mi madre ya la había pateado mucho antes).
Pero es verdad. Necesito algunas veces cosas para sentirme seguro. Lugares, por ejemplo. Me gusta mucho por ejemplo, ir a tomar café a Personal Jesus, (que es mi bar de siempre, incluso cuando no era Personal Jesus y tenía otro nombre) y encontrarme con Jesús, el mexicano que atiende la barra, (que es algo así como un conocido amigable que me da crédito hasta que estoy borracho) y pedirle dos daiquiris, (o varios whiskies, si no tengo ganas de sexo) conocer a una bonita e irme a acostar (con ella, no con Jesús). Y eso pasó la otra noche (el jueves a la noche, para ser exactos).
Se daba una clásica pelea entre dos razas minoritarias de nuestro país. Jesús (que es mexicano) y un negro (que no me acuerdo como se llamaba, ni me importa) se pusieron a discutir sobre buenos modales. (Según parece, el negro había maltratado a Jesús diciéndole ¨maldito ilegal¨, ¨pedazo de mierda¨, ¨inútil¨ y ¨detesto el picante que le pones a la comida¨). Jesús se había comportado como un caballero hasta la parte del picante, es decir, hasta que el negro no solo se metió con él, sino que también se había metido con su raza y su cultura (esa cultura asquerosa que tienen los mexicanos de meterle picante hasta al café, y esto lo digo con conocimiento de causa, soy nieto de un maldito mexicano). Jesús me dijo que mediara en el asunto, que no soportaba más al negro que lo discriminaba, (venía todos los días, no era esta la primera vez, ni de la queja ni de la discriminación) así que me acerqué a su mesa, (la del negro, Jesús me miraba desde la barra) me agaché cerca de la oreja (del negro), corrí mi impermeable y le mostré mi magnum y le dije algo al oído. Cuando volví, Jesús me preguntó:
- ¿Que le dijiste?
- Que yo era el dueño del bar, y que no iba a aceptar que te discrimen. Que se calmara, o le iba a meter un tiro. Y que además, desde hoy en adelante, Personal Jesús no acepta negros. Dame otro, Jesús.
Por supuesto que le había dicho al negro que no perdiera su tiempo con un sucio mexicano.
Una chica estaba sentada en la barra. Tenía cara de estudiante o algo, estaba con un libro enorme sobre la barra, y debe haber sido eso lo que me impidió mirarla y darme cuenta que estaba más buena que disparar a la cabeza (siempre que una mujer tiene un libro me resulta peligrosa, esa mujer tiene más información de la que yo tengo, y eso no me gusta). Cuando me vio trabajar al negro, se acercó. Tenía tetas tremendas, y me pidió que también prestara atención al prendedor que tenía puesto en la vecindad de esas tetas. Según tuvo a bien aclararme, se trataba de una capucha blanca...
- Sí, claro, una capucha blanca.- le dije.
- ¿Sabes qué es?- me preguntó.
- ¿Corporación de Jabonerías?- pregunté- Su capucha queda más blanca con Jabón tal y tal...mis padres fabricaban jabón.
- No importa, te comportaste con ese negro. ¿Tú también los odias?
- No. Son buenos para boxear. Bah, si. Bah, no sé. Me gustan tus tetas.
- ¿Eres siempre tan animal con las mujeres?
- Solo con las que hacen preguntas difíciles. Si te sacas ese pulóver me mostrarás mejor ese prendedor que llevas y te sacarás la duda. Vamos a casa, nena. Jesús, pon lo de la señorita a mi cuenta.
Creo haber advertido que me gritaba (Jesús, no la señorita, la señorita gritó y bastante arriba de mi cama) en español que ya no que mi crédito en Personal Jesus se había agotado, pero no le di importancia.
Llegamos a casa. La hice subir (las escaleras, después la hice subir a la cama) y la mate (literalmente, sin querer). Fue cuando, luego del sexo me estaba vistiendo, y la mocosa quiso ver mi arma. Sin darme cuenta, le había sacado el seguro cuando la estaba limpiando y se disparó, cuando se la tiré para que la revisara, y ella no pudo atraparla. Así que ahora estoy aquí, tratando de explicarles por qué me siento tan seguro con mi arma. Se me ocurre una explicación: Porque cuando se disparó, el tiro le pegó a ella y no a mí....
Texto: Pedro Carbajal
Foto: Sale con Fritas Producciones
A eso le llamo yo lealtad!
ResponderEliminar"Si, casi se podía decir que el arma eligió a su dueño... me hace recordar la escena cuando la varita de Harry Potter lo eligió a él".
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