
Siempre es bueno saber con quién te metes. Si vas a matar a alguien, debes conocer su raza, sus gustos, su familia, de donde procede, a donde iba...
- ¿Cómo te pudiste confundir a un boliviano con un chino, idiota? -me dijo Wilkins, cuando le conté.
- Bueno, Wilkins...estamos en verano...la piel se quema...
Le decían: Anzuelo, porque una vez que la veías, picabas. No es que fuera bella, ni siquiera linda: era más un poco bastante... ¿cómo decirlo? era más fea que la mierda. ¡¡Pero su negocio!!
Anzuelo Rodríguez era mexicana. Tenía el prostíbulo más respetable de la Ciudad, y si me apuran un poco, de la Nación. Las chicas de Anzuelo eran sencillamente espectaculares: señoritas de un metro ochenta, con cinturas delicadas, tetas enormes, culos paradísimos, y precio razonable. De esas que salen del cabaret y van a pagarse la colegiatura. Algunas eran tan inteligentes que incluso eran tutoras de alumnos con problemas en la escuela secundaria. Las clases se daban en la pieza del fondo. Por cien dólares la hora, Matemáticas, Francés o Historia. Uno podía agrandar el combo pagando ciento cincuenta, lo que daba derecho a echar un polvo con la profesora. La verdadera revolución educativa podría haber comenzado ya tomando como ejemplo a ese burdel.
Un cartel colgaba sobre la entrada.
"No se aceptan matones"
y debajo
"No, Mesías, no ENTRES".
Así que entré, una tarde, para ver si me recordaban. Anzuelo salió en persona a recibirme como si yo fuera un presidente, un diputado, vamos, un político de influencia:
¡¡Maldito ladrón!! ¡¡Asesino!! ¡¡¡Hijo de una tal por cual!! (lo de tal por cual lo agregué yo, en realidad anzuelo me dijo: ¡¡Hijo de monja!!...recordemos el negocio de Anzuelo)
- Hola Anzuelo... ¿Cómo andas?
- Ahora peor....
- ¿Que mal te aqueja?- dije, sacando mi irresistible sonrisa.
- Tienes un ají rojo en el diente.
- Ah, perdón, no es un ají...es un poco de sangre...Tuve que arrancar una oreja, y bueno, ya sabes... ¿Cuál es tu problema?
- Además de tú y de lo que le hiciste a aquella muchacha, las chinas...
- Bueno, ya es un asunto viejo...era muy puta. Además, mi querida Anzuelo, todos hemos tenidos problemas de drogas. Por ejemplo yo. Ayer.
- No hablo de las piedras, hablo de las chinas chinas, de la China. De las ciudadanas de China, imbécil.
- Perfecto, no era necesario tanto explicamiento. Una de tus chicas es drogadicta entonces....
Entendí al rato, frente a mi tercer vaso de whisky cual era el problema.
- ¿Así que una de tus chicas es drogadicta y china?
- No, idiota, no. Te repito. La mafia china me está metiendo a sus chicas en el burdel, y no me dejan comisión.
- ¡¡Malditos fumadores de opio!! Los mataré a todos.
- Solo tienes que matar a uno. Ji Kaliú o algo por el estilo.
- Me lo tienes que marcar...tu sabes que con los chinos nunca se sabe.
- ¿Nunca se sabe qué?
- Nunca se sabe quién es quién, son todos iguales...
Me tomé cinco vasos más de whisky...La cosa estaba brava.
- Si yo te protejo el burdel... ¿me darás una participación de lo que sacan tus chicas, verdad?
- Cinco por ciento.
- Doce.
- Siete
- Un balazo en la cabeza ahora.
- Ok, doce por ciento.
- Hecho.
Salí a buscar un poco de aire fresco y a un chino en particular. Lo segundo es más fácil que lo primero, recuerden que estamos en Nueva York. Y lo encontré....
Me fui al barrio chino directamente. Quizás ustedes desconozcan que yo hablo chino...Ah, los sorprendí. Hablo el chino perfectamente...mejor que los chinos.
- Ji Kaliú.
- Not here, not here - me respondieron los chinos.
Y allí empecé...a hablar chino, digo. Es muy simple aprenderlo, simplemente hay que hablar mucho con la ele y estirar los ojitos.
- No me mieltas, maldito bastaldo. Te matalé.
- No entender nosotros.
- Valiente Samurai Crito, o sea, un selvidor, os empalalá con su alma.
Y dicho esto les mostré mi "ruidoso".
- Esto hacel agujelos glandes en chinitos que no hablal. Además, yo sabel karate y aikido.
Casi me matan a trompadas...Los chinos sabían de verdad hablar chino...Y estoy seguro que uno de ellos sabía realmente artes marciales. Mientras me pegaban, me hablaban y no entendí demasiado. Estaba muy borracho, creo.
Por una serie de casualidades puramente causales (al otro día cuando me pude levantar empecé a amenazar chinos en completo estado de "sobliedad") llegué a la cueva de Ji Kaliú. Me dieron apuntes precisos: a 50 km. de la ciudad había otro barrio chino. Las cosas que se entera uno conociendo gente, ¿verdad? ah, y hay algunos chinos que pronuncian bien.
Era un lugar realmente detestable: lleno de automóviles chiquitos, de los que consumen poco, y para peor, seguros...
Entré a lo loco, con mi arma. Abatí a uno:
- ¡¡Terminó el arroz para ti, muchacho!!
Abatí a otro.
- ¡¡Adiós, arroz adiós!!
Y luego a un tercero
- Se me terminaron los chistes, pero...¡¡Muere, amarillo!!
Eso les pasa por pelear contra nosotros en Vietnam junto con los Turcos. Como supuse Ji Kaliú había desaparecido. No estaba en su guarida. Empecé a utilizar una fría lógica: Si se había ido, estaba seguro que alguien lo estaba buscando. Si alguien lo estaba buscando, se escondería o disfrazaría. ¿Que hace uno para disfrazarse? Se deja los bigotes, se pone peluca, se tiñe el pelo, y se esconde en una multitud.
Ya sabía dónde estaba.
Entonces salí del lugar. Me fui hasta a la quinta y Drummond....Estaba en la calle. Llevaba una riestra de ajo al cuello. Y murió.
No saben lo parecidos que son los bolivianos a los chinos.
Texto: Pedro Carbajal
Gráfica: Mariano Ures
Este Mesías me gusta cada día más... Había resultado políglota
ResponderEliminarTanto como los peruanos a los japoneses
ResponderEliminarQué maravilloso saber cómo se habla chino... y yo que pensaba que era un idioma difícil...
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