- Dos, cuatro, seis, ocho, diez, doce, catorce...mmmciseis....mmmcisiete...mmmmciocho. Bien…Espero que hayas aprendido la lección, Ted. Recoge tus dientes y vete.
Este es solo un ejemplo del tipo de tontas comisiones que Wilkins me encarga seguido. A veces me pregunto para qué me manda a vaciarle los testículos a un tipo si una semana más tarde me manda a matarlo. En este caso, la naturaleza intercedió a favor de un gasto innecesario de balas. Ted fue finado cinco días después. Dijo el forense que a causa de la infección que tenía en la boca. Rita me explicó que quizá la pinza estaba oxidada y yo le expliqué que mi martillo estaba en perfecto estado.
Pero el jefe es el jefe, y él sabe por qué hace las cosas, aunque sean estúpidas. Hace una semana, me dijo que necesitaba que le cubriera las espaldas durante un par de horas. Llegamos a una esquina silenciosa, paramos el auto y bajamos. Wilkins me ordenó detenerme a tres puertas del lugar donde finalmente, entró. Antes de pasar me dijo:
- Te ordeno (y es una orden clara) que no digas nunca al lugar que vamos...bah...no lo vas a cumplir.
- Vamos Wilkins…estás hablando conmigo.
- Si. Si alguien se llega a enterar que estoy entrando aquí, estás muerto. Y ésta va en serio…
- Wilkins…
- Mesías…
- ¿Wilkins…cuando te he metido en problemas por hablar de mas?
- Tengo turno a las cinco, Mesías. No puedo darte toda la lista.
- ¿Turno?
- Sí. Estoy yendo a una entrevista con el psicólogo.
- ….
- ¿Qué es esa cara?
- Yo sabía que en algún momento Rita iba a volverte loco. La muy perra. ¿Por qué no la matas y ya?
- Rita me ha sugerido comenzar a venir al psicólogo. Cierra la boca, Mesías. Cada vez que la abres, dices estupideces.
Entramos. Recientemente yo había visto una película sobre un loquero. A un tipo joven lo mandaban sus padres a curarle las locuras, y en esa ¨ respetable institución ¨, lo ¨ esterilizaban ´. Cuando le pregunté a Wilkins que era ¨ esterilizar ¨ me dijo que lo dejaban sin la posibilidad de tener hijos. Zas, me dije para mis adentros “Le cortaron el Johnson”.
El lugar no parecía un consultorio de loquero, aunque yo nunca haya estado en uno. Por lo menos, distaba mucho del de la película. En la película habían puesto rejas en las ventanas, había una especie de jardín a los costados, de alguna manera se trataba de un loquero serio. Esto era un simple departamento en L, con un par de sillas y unas puertas anchas y largas, de doble hoja. Me extrañó el lugar. Faltaban las camisas de fuerza, los baños gigantescos donde bañan a los locos con agua fría y el lugar donde les cercenan el pito. Probablemente para esas cuestiones, llamaban a una ambulancia y efectuaban los cortes en otro lado.
La institución tenía mucho de casa vieja, el pasillo era estrecho y largo, al final se adivinaba otra sala con una puerta bastante grande e irregular. Frente a nosotros, dos puertas de la misma calaña se erguían cerradas. El lugar se llamaba ¨The Bench´.
Wilkins estaba sentado tranquilamente, hojeando una revista. A su lado, yo fumaba como un futuro padre de familia en una sala de espera, mientras su mujer da a luz. Claro que yo nunca he estado en una sala de partos esperando un hijo, (los tienen las mujeres, ¿para qué uno va a ir a esperarlos?), ni tampoco había estado jamás acompañando a alguien, pero me imagino perfectamente la situación, porque así me sentía yo. Los nervios crispados, quemando los cigarrillos, sudando frío. Me imaginaba a Wilkins entrando al loquero, sufriendo la cortada de pito porque el loquero aseguraría que estaba loco…Yo matando al loquero, agarrando a Wilkins y poniéndome guantes para asir su pito cortado y sangrante que los loqueros se solazan en colgar en los cuellos de sus pacientes a modo de identificación, buscando un cirujano capaz de hacer un reimplante.
- ¿Por qué lloras, Mesías?
- Eres mi mejor amigo… No entres allí.
Una puerta se abrió. Un tipo salió con la cara roja y llorosa. Supuse que le habían cercenado recientemente el pene y ya estaba adquiriendo los modales de una mariquita cualquiera. Una mujer sonrió hacia nosotros, se despidió del tipo con un beso y preguntó quien seguía. Wilkins se levantó, le dio la mano y pasó a la sala. Luego, ocurrió algo extraño. Otra puerta se abrió y un tipo, revisando un cuaderno y casi sin mirarme, me dijo:
- Pase.
- ¿Yo?
- Si, usted. Pase por favor.
- Bueno.
Me senté en una silla pequeña y el tipo se sentó en frente mío. Me quedé mirándolo con odio durante unos segundos. El tipo estaba impasible, cara de póquer.
- ¿Que lo trae por aquí? – me preguntó, luego de un largo silencio.
- Es verdad lo que usted dice. No he venido, me trae Wilkins. Su mujer dice que está loco y seguramente ustedes querrán ¨ esterilizarlo ¨, manga de cabrones. Le quieren cortar el pito y eso es algo que no voy a permitir!
- ¿Quién le ha dicho eso? ¿Quién es Wilkins? Aquí no le cortamos el pito a nadie. No somos cirujanos.
- Es mi jefe. ¿Dónde los cortan, eh? ¿en esa sala del fondo? ¿Ahí esconden a los cirujanos? - y diciendo esto, saque mi arma y apunté a su cabeza.
- Baje el arma, por favor. – me dijo el tipo – Usted se equivoca. No se quien le ha dicho eso, pero le han mentido. Primero: aquí no tratamos ¨ locos ´. Tratamos gente con problemas. No ¨ esterilizamos ¨ a nadie.
- ¿Y por que salió llorando de la otra puerta un tipo, eh?
- Supongo que estaría afligido por algo.
- Pamplinas.
No sé por qué le creí, o mejor dicho, me tranquilizó. Me senté. Pero igualmente le dije.
- No guardaré el arma hasta que mi jefe salga de al lado. Si mi jefe no tiene su pito en su lugar, los llenaré de agujeros a todos.
- ¿Por que defiende tanto el pito de su jefe? Eso se llama complejo de castración.
- Porque es mi jefe, y los jefes de uno tienen que ser machos.
- ¿Quien dice eso? – me preguntó con sorna.
- Pues. Lo digo yo.
- Vaya…Y usted… ¿defiende sus propia genitalia? Si usted supone (esto no es así, le vuelvo a repetir) que aquí cortamos los pitos a los pacientes, ¿por qué ha entrado aquí?
Fue una pregunta dura.
- No se haga el inteligente conmigo.
- ¿No quiere hablar de usted? ¿De sus problemas?
- Yo no tengo problemas.
- ¿No?
Mostrándole mi arma, le contesté:
- Tengo quince respuestas posibles aquí adentro – dije, señalando el cargador- y una más en la recámara.
- ¿Usted soluciona todo con su arma?
- Trabajo de matón. ¿Con que quiere que solucione mis problemas? ¿Con la Biblia?
- O sea que usted admite tener problemas.
- La próxima cosa inteligente que diga, lo dejo seco, ¿me entendió?
- Bueno, digamos cosas tontas. Hábleme de su niñez.
No sé por qué le volví a creer. Algo en el tipo me aflojó.
- ¿Pero, usted a quien le va a contar estas cosas? Digo, ¿si yo le cuento?
- A nadie. Resguardo un secreto profesional.
- Si no me cuenta que secreto guarda, lo llenaré de agujeros, ¿comprendió? – dije nuevamente, sacando el ¨ quince luces ¨
- Quise decir que he hecho un juramento al recibirme. Todos sus secretos quedan guardados en mí. Confíe.
- Vaya, vaya. Usted es peor de lo que yo creía.
- ¿Por qué?
- Porque tiene un montón de secretos de sus clientes y no se los cuenta a nadie. Usted debe ser una persona muy perversa de fondo – le dije aunque no tuviese mucha idea del significado de la palabra ¨ perversa ¨ - Esto ya me está gustando.
- He estudiado para que sus problemas no me afecten. Cuénteme de su niñez. No tenga miedo. Sus secretos quedan aquí.
Comencé a contarle. Hablé durante una hora con el tipo. Creo que hasta lloré. Cuando terminé, salí al pasillo, supongo que con la cara deshecha. Bah, quizá no tanto. Wilkins me estaba esperando.
- ¿Estuviste en una sesión? – me preguntó.
- Si. Interesante. Muy interesante.
- Vaya…ambos estamos cambiando algunas cosas. Creo que para bien.
No nos dijimos nada más hasta llegar al coche. Cuando llegamos, nos miramos y le pregunte:
- ¿Silenciador?
- No- me dijo- y sacó un cuchillo- ¿Y tú? ¿Silenciador?
- Sí, silenciador.
Es bueno de vez en cuando ir al psicólogo. Lo malo es el trabajo que se toma uno en matarlos. Secreto profesional…jeje…si ¿a nosotros con ese cuento? Recuerden que la gente que sabe demasiado de uno siempre es peligrosa.