domingo, 28 de junio de 2009

Manías persecutorias

- Dos, cuatro, seis, ocho, diez, doce, catorce...mmmciseis....mmmcisiete...mmmmciocho. Bien…Espero que hayas aprendido la lección, Ted. Recoge tus dientes y vete.


Este es solo un ejemplo del tipo de tontas comisiones que Wilkins me encarga seguido. A veces me pregunto para qué me manda a vaciarle los testículos a un tipo si una semana más tarde me manda a matarlo. En este caso, la naturaleza intercedió a favor de un gasto innecesario de balas. Ted fue finado cinco días después. Dijo el forense que a causa de la infección que tenía en la boca. Rita me explicó que quizá la pinza estaba oxidada y yo le expliqué que mi martillo estaba en perfecto estado.


Pero el jefe es el jefe, y él sabe por qué hace las cosas, aunque sean estúpidas. Hace una semana, me dijo que necesitaba que le cubriera las espaldas durante un par de horas. Llegamos a una esquina silenciosa, paramos el auto y bajamos. Wilkins me ordenó detenerme a tres puertas del lugar donde finalmente, entró. Antes de pasar me dijo:


- Te ordeno (y es una orden clara) que no digas nunca al lugar que vamos...bah...no lo vas a cumplir.

- Vamos Wilkins…estás hablando conmigo.

- Si. Si alguien se llega a enterar que estoy entrando aquí, estás muerto. Y ésta va en serio…

- Wilkins…

- Mesías…

- ¿Wilkins…cuando te he metido en problemas por hablar de mas?

- Tengo turno a las cinco, Mesías. No puedo darte toda la lista.

- ¿Turno?

- Sí. Estoy yendo a una entrevista con el psicólogo.

- ….

- ¿Qué es esa cara?

- Yo sabía que en algún momento Rita iba a volverte loco. La muy perra. ¿Por qué no la matas y ya?

- Rita me ha sugerido comenzar a venir al psicólogo. Cierra la boca, Mesías. Cada vez que la abres, dices estupideces.


Entramos. Recientemente yo había visto una película sobre un loquero. A un tipo joven lo mandaban sus padres a curarle las locuras, y en esa ¨ respetable institución ¨, lo ¨ esterilizaban ´. Cuando le pregunté a Wilkins que era ¨ esterilizar ¨ me dijo que lo dejaban sin la posibilidad de tener hijos. Zas, me dije para mis adentros “Le cortaron el Johnson”.


El lugar no parecía un consultorio de loquero, aunque yo nunca haya estado en uno. Por lo menos, distaba mucho del de la película. En la película habían puesto rejas en las ventanas, había una especie de jardín a los costados, de alguna manera se trataba de un loquero serio. Esto era un simple departamento en L, con un par de sillas y unas puertas anchas y largas, de doble hoja. Me extrañó el lugar. Faltaban las camisas de fuerza, los baños gigantescos donde bañan a los locos con agua fría y el lugar donde les cercenan el pito. Probablemente para esas cuestiones, llamaban a una ambulancia y efectuaban los cortes en otro lado.


La institución tenía mucho de casa vieja, el pasillo era estrecho y largo, al final se adivinaba otra sala con una puerta bastante grande e irregular. Frente a nosotros, dos puertas de la misma calaña se erguían cerradas. El lugar se llamaba ¨The Bench´.


Wilkins estaba sentado tranquilamente, hojeando una revista. A su lado, yo fumaba como un futuro padre de familia en una sala de espera, mientras su mujer da a luz. Claro que yo nunca he estado en una sala de partos esperando un hijo, (los tienen las mujeres, ¿para qué uno va a ir a esperarlos?), ni tampoco había estado jamás acompañando a alguien, pero me imagino perfectamente la situación, porque así me sentía yo. Los nervios crispados, quemando los cigarrillos, sudando frío. Me imaginaba a Wilkins entrando al loquero, sufriendo la cortada de pito porque el loquero aseguraría que estaba loco…Yo matando al loquero, agarrando a Wilkins y poniéndome guantes para asir su pito cortado y sangrante que los loqueros se solazan en colgar en los cuellos de sus pacientes a modo de identificación, buscando un cirujano capaz de hacer un reimplante.


- ¿Por qué lloras, Mesías?

- Eres mi mejor amigo… No entres allí.


Una puerta se abrió. Un tipo salió con la cara roja y llorosa. Supuse que le habían cercenado recientemente el pene y ya estaba adquiriendo los modales de una mariquita cualquiera. Una mujer sonrió hacia nosotros, se despidió del tipo con un beso y preguntó quien seguía. Wilkins se levantó, le dio la mano y pasó a la sala. Luego, ocurrió algo extraño. Otra puerta se abrió y un tipo, revisando un cuaderno y casi sin mirarme, me dijo:


- Pase.

- ¿Yo?

- Si, usted. Pase por favor.

- Bueno.


Me senté en una silla pequeña y el tipo se sentó en frente mío. Me quedé mirándolo con odio durante unos segundos. El tipo estaba impasible, cara de póquer.


- ¿Que lo trae por aquí? – me preguntó, luego de un largo silencio.

- Es verdad lo que usted dice. No he venido, me trae Wilkins. Su mujer dice que está loco y seguramente ustedes querrán ¨ esterilizarlo ¨, manga de cabrones. Le quieren cortar el pito y eso es algo que no voy a permitir!

- ¿Quién le ha dicho eso? ¿Quién es Wilkins? Aquí no le cortamos el pito a nadie. No somos cirujanos.

- Es mi jefe. ¿Dónde los cortan, eh? ¿en esa sala del fondo? ¿Ahí esconden a los cirujanos? - y diciendo esto, saque mi arma y apunté a su cabeza.

- Baje el arma, por favor. – me dijo el tipo – Usted se equivoca. No se quien le ha dicho eso, pero le han mentido. Primero: aquí no tratamos ¨ locos ´. Tratamos gente con problemas. No ¨ esterilizamos ¨ a nadie.

- ¿Y por que salió llorando de la otra puerta un tipo, eh?

- Supongo que estaría afligido por algo.

- Pamplinas.


No sé por qué le creí, o mejor dicho, me tranquilizó. Me senté. Pero igualmente le dije.


- No guardaré el arma hasta que mi jefe salga de al lado. Si mi jefe no tiene su pito en su lugar, los llenaré de agujeros a todos.

- ¿Por que defiende tanto el pito de su jefe? Eso se llama complejo de castración.

- Porque es mi jefe, y los jefes de uno tienen que ser machos.

- ¿Quien dice eso? – me preguntó con sorna.

- Pues. Lo digo yo.

- Vaya…Y usted… ¿defiende sus propia genitalia? Si usted supone (esto no es así, le vuelvo a repetir) que aquí cortamos los pitos a los pacientes, ¿por qué ha entrado aquí?


Fue una pregunta dura.


- No se haga el inteligente conmigo.

- ¿No quiere hablar de usted? ¿De sus problemas?

- Yo no tengo problemas.

- ¿No?


Mostrándole mi arma, le contesté:


- Tengo quince respuestas posibles aquí adentro – dije, señalando el cargador- y una más en la recámara.

- ¿Usted soluciona todo con su arma?

- Trabajo de matón. ¿Con que quiere que solucione mis problemas? ¿Con la Biblia?

- O sea que usted admite tener problemas.

- La próxima cosa inteligente que diga, lo dejo seco, ¿me entendió?

- Bueno, digamos cosas tontas. Hábleme de su niñez.


No sé por qué le volví a creer. Algo en el tipo me aflojó.


- ¿Pero, usted a quien le va a contar estas cosas? Digo, ¿si yo le cuento?

- A nadie. Resguardo un secreto profesional.

- Si no me cuenta que secreto guarda, lo llenaré de agujeros, ¿comprendió? – dije nuevamente, sacando el ¨ quince luces ¨

- Quise decir que he hecho un juramento al recibirme. Todos sus secretos quedan guardados en mí. Confíe.

- Vaya, vaya. Usted es peor de lo que yo creía.

- ¿Por qué?

- Porque tiene un montón de secretos de sus clientes y no se los cuenta a nadie. Usted debe ser una persona muy perversa de fondo – le dije aunque no tuviese mucha idea del significado de la palabra ¨ perversa ¨ - Esto ya me está gustando.

- He estudiado para que sus problemas no me afecten. Cuénteme de su niñez. No tenga miedo. Sus secretos quedan aquí.


Comencé a contarle. Hablé durante una hora con el tipo. Creo que hasta lloré. Cuando terminé, salí al pasillo, supongo que con la cara deshecha. Bah, quizá no tanto. Wilkins me estaba esperando.


- ¿Estuviste en una sesión? – me preguntó.

- Si. Interesante. Muy interesante.

- Vaya…ambos estamos cambiando algunas cosas. Creo que para bien.


No nos dijimos nada más hasta llegar al coche. Cuando llegamos, nos miramos y le pregunte:


- ¿Silenciador?

- No- me dijo- y sacó un cuchillo- ¿Y tú? ¿Silenciador?

- Sí, silenciador.


Es bueno de vez en cuando ir al psicólogo. Lo malo es el trabajo que se toma uno en matarlos. Secreto profesional…jeje…si ¿a nosotros con ese cuento? Recuerden que la gente que sabe demasiado de uno siempre es peligrosa.

miércoles, 24 de junio de 2009

La que yo quiero


- Quiero dejar esto, Mesías. Ya es hora. Me siento mayor.

- Otra vez la misma cantinela, Jet… Aburres.

- Es verdad, Mesías. Ya nos siento el mismo placer al apretar el gatillo.

- Ponle vaselina a tu arma, y métetela en el culo. Ya te dije que tienes que cambiar de herramienta. No puedes andar toda la vida con esa vieja Mágnum. Un día vas a lograr que te liquiden.


Uno puede decir las cosas mil veces, pero hay una vez en la vida que te escuchan. Una sola. Recuerdo que mi padre me había dicho mil veces que no metiera tantas chicas a casa, que podía ser peligroso (a los maridos les suele molestar que les follen a sus mujeres), aparte de ser de mal gusto para el barrio. Mi padre opina de sí mismo lo que opina el barrio. El también se considera un borracho asqueroso. Una tarde entré, y encontré a una de mis chicas con mi padre, haciendo el amor. Desde ese día, le preste más atención a los dichos de mi padre, y no volví a llevar una chica a casa.


Desde entonces, mi madre solía preguntarme:


- Hijo, ¿Cuándo vas a traer una novia a casa?

- Cuando se muera papá- era mi respuesta.


El caso es que el viejo salió derechito a la armería. Hay algunos, que al hacerte caso, se exceden. El idiota se compró una Uzi.


- ¿Qué te parece, Mesías?

- Que te anda fallando la vista, Jet.

- ¿Por qué lo dices?

- Tu quieres pegarle o pegarles a tus finados, Jet… Cuando Wilkins te vea con eso, va a morirse de risa en tu cara. La época de Miami Vice ya ha terminado hace más de veinte años, viejo.


Siempre me pregunto cómo seré yo cuando tenga la edad de Jet. Si seré tan idiota de comprarme un arma para trabajar que dispara 600 balas por minuto, capaces de alertar a los hermanos chechenos sobre mi trabajo. Si seré tan maloliente, tan desagradable, tan mal vestido… Espero que me liquiden antes.


La tarde se hizo larga, enorme. Años pasaron hasta que llegara la noche. Intente revisar mi lista de chicas para pasar el rato, pero recordé que no tengo una lista de chicas para pasar el rato. Solo teléfonos sueltos. Probablemente, la larga lista de teléfonos que debería tener esté en realidad en la basura. Toda una guía de prostitutas en el basurero municipal. Google haría mucho dinero con eso. Y yo podría pasar el rato si tuviera una computadora. O si supiera como usar una.


Esa noche me reunía con Wilkins y los de la droga para cerrar un trato. Wilkins vende poca droga, porque dice que le costaría muchísimo de coste, dado que Rita toma y reparte como si fuera una predicadora de las adicciones. De igual manera, quería ver un par de asuntos con los dealers, y esos asuntos quizá requerirían un par de balas.


Según me habían dicho, iban a ser no más de cuatro. Llevé mi arma, y por las dudas dos cargadores.

Llegué a la casa. Jet estaba por ahí, dando vueltas. Me dijo que lo había pensado bien, y que finalmente había devuelto la Uzi.


- Que te has conseguido Jet?

- Mira.


Y la sacó de la sobaquera. Fue amor a primera vista. Dorada, con cachas negras, incrustaciones de plata, la pistola Smith & Wesson de Jet me enloqueció.


- ¿Donde la has conseguido?

- Ha sido una ganga. La he conseguido por apenas doscientos dólares.

- ¿En el mercado negro? ¿Dónde puedo conseguir una?

- Estas viendo una pieza única, Mesías. Quince tiros, uno en recámara. Cachas de ébano. Incrustaciones de plata.

- Bellísima arma, Jet. Te felicito.


Mientras charlábamos, llegaron los dealers. Caras de palo, manos en los bolsillos, tardaron menos en discutir con Wilkins, que en entrar. Querían que Wilkins se alejara de todo negocio de lo que ellos consideran su territorio.


Jet me soplo por lo bajo


- Tengo ganas de probar mi arma, Mesías. Me quema en las manos.

- Pruébala, Jet, pruébala. Estos cabrones no entienden el negocio. Liquídalos.


Sin demasiada dilación, Jet sacó su arma y liquidó a uno de los morenos. Me tiré detrás de una mesa tumbada, puse a Wilkins y a Jet a mi lado, y el tiroteo silencioso comenzó (usábamos silenciadores, pues los vecinos suelen quejarse por los ruidos. Estamos en NY, ¿qué esperaban?)


El caso es que liquidamos a los morenos en menos que canta un gallo. Se me hace que estaban demasiado drogados como para pegarnos alguno de los muchos tiros que dispararon. Jet se paró, a comprobar que estaban todos muertos. Dije como para mí


- Y si…


Y le pegué un tiro en la cabeza.


- ¿Qué haces, Mesías?

- Retiro a un imprudente del negocio, Wilkins. Jet empezó el tiroteo… todo esto no hubiese pasado si no hubiese sido que estaba impaciente por matar a los negros… Tú sabes muy bien que los odiaba.


El padre de Wilkins había sido negro, así que Wilkins me dijo:


- Si el tipo odiaba a los negros, está bien que lo hayas matado, Mesías…Aunque sé perfectamente que tú también los odias. Tú odias a todo el mundo, de hecho.


Ahora camino por las calles, con mi Smith & Wesson, y me quema en las manos… Quiero usarla.

miércoles, 17 de junio de 2009

Experiencia mesiánica

- Asesino, asesino – me gritaba la judía.


Aquél día yo había entrado a la casa de Levy, un paisano judío que intentó esquilmar a Wilkins con unos vinos y unos chorizos kosher. Y trató, cuando no, de acostarse con Rita. Wilkins detecto ambas cosas, preocupándose más por lo primero que por lo segundo (¿Ustedes creen que Wilkins se enoja porque Rita le mete los cuernos? Nah… Solo cuando se entera, me hace matar al fulano para que lo sigan respetando) y me mandó a hacer pastrom con el judío.


- Asesino, ¡¡¡¡asesino!!!! – me gritaba la judía, estirando las o.


- Señora, no me diga lo que yo ya sé.


Las cosas habían sucedido así. Yo había tocado el timbre del negocio, y la judía había atendido.


- ¿Quién es? – dijo, abriéndome la puerta.


- ¿Es usted la viuda de Levy? – pregunté


La judía se tomó aquello a broma, y dándose vuelta, gritó:


- Jacobo…Jacobooooooo….Acabo de enviudarte. ¿Cuánto hay en la herencia?


El judío, enorme y grueso, salió, con una camisa blanca arremangada y grasienta, con los botones de abajo saltados debido a la presión que ejercía sobre la endeble tela aquella enorme panza.


- ¿Qué?


- Que acaba de enviud….apártese, señora, por favor- dije yo, para evitar más tramites.


Y sacando mi ¨ quince luces ¨, lo dejé tirado en el piso, al lado de las aceitunas. No hay mucho más que contar con respecto a la muerte del judío.


- ¡Asesino! - me gritaba la judía.


- Yo le pregunté si usted era la viuda…si usted no entiende las indirectas… Además, lo mío es matonaje de anticipación.


- Voy a llamar la policía. – Dijo, tratando de ir al teléfono.


- Señora, no creo que sea conveniente. Yo mismo he venido a jugar al pequeño casino privado que tiene su marido detrás. ¿Cómo va a explicar eso, cuando levantando al finado, los polis se encuentren con una hermosa mesa de Bacará?


- Entonces, váyase - me ordenó la judía, colgando el teléfono – Déjeme en paz con mi muerto.


- Su muerto, señora, está muerto gracias a sus buenas acciones. Le quiso quitar el cinturón de castidad a la mujer de mi patrón. No es el único, le aviso, por si las dudas. Varios le han quitado ya el cinturón de castidad a la mujer de mi patrón. Ella es. Veamos. Muy puta. Bueno, además de eso, su marido quiso estafar a mi jefe.


- Oy, oyoyoyoyoyyyyyyyyy… (mirando al cadáver) ¿Tú, Jacobo, quisiste hacer eso? ¿Quisiste estar con una shiksa? ¿Dónde quedó tu honestidad?


- Y además quiso esquilmar a mi patrón, como le he dicho antes.


- ¿Otra mujer, Jacobo?- La judía tomó la escoba empezó a darle de escobazos al cuerpo del respetable mercader.


- ¿Yo ya no te gustaba? ¿Eh? Maldito cerdo, querías ir a revolcarte con esa puerca, pedazo de un schmuck!!! Tanto arreglarme para ti, tanto mantenerme flaca y bonita para ti, y tú, cerdo, quieres ir a revolcarte con una cualquiera…


Yo iba a añadir que la mujer de mi patrón no era una cualquiera, pero no hubiera sido verdad. Y esta era la hora de la verdad.


A veces imagino estos momentos como si fueran los clips de películas que pasan durante una entrega de premios.


- Señora, no se desperdicie. Ese tipo está frío. Sacaremos su cadáver al callejón, y usted dirá a los polis que han intentado robarlo y que se resistió. O pagará, ningún poli se preocupa por… (Iba a decir ¨ un judío muerto ¨)…ningún poli se preocupa por un judío muerto (yo avisé, era la hora de la verdad). Preocúpese por usted, mejor, que está sola y viva…


And the oscar goes to...


Otra verdad debe ser dicha: la judía estaba más buena que disparar a la cabeza. Tenía una cintura envidiable, los ojos verdes, el cabello colorado. Imaginaba su vello colorado, y mis deseos de acostarme con ella se multiplicaron por cinco, y dieron por número final: muchas ganas.


La judía dejó de llorar. Empezaba a escucharme.


- Además señora, haga su vida. Ahora tiene que mantener este negocio, continuar con su vida…Es usted tan bella.


Sonrió. And the Golden Globe goes to.



- No entiendo como su marido podía pensar en engañarla, siendo usted un pedazo de hembra tan tremenda. (Cuando me pongo romántico, no hay quien me pare).


- No diga esas cosas delante de Levy.


- Ni se entera, patrona, créame. En todo caso, vamos al pequeño casino…y allí vemos que podemos hacer con toda esta situación.


Fue la primera vez y la última que Judith tuvo una experiencia mesiánica. No porque yo sea religioso, sino porque me llamo Mesías. ¿Entienden la sutileza? Es un chiste que me hizo Wilkins. Bueno, está bien, es malo como chiste.


Antes de salir, me llevé un par de cosas para la cena. No hubo protestas, ni tuve que pagar. Incluso me llevé también un par de pesos de la caja. La judía quedó tendida en la tienda, con una cara de orgasmo petrificada, y un balazo en la frente. Wilkins me dijo que no dejara testigos.

And The Super Shooter Prize Goes To...