lunes, 15 de junio de 2009

Un futuro sombrío

Doloroso fue enterarme que John O´Connor estaba muerto. Fue doloroso porque el muy cabrón me mordía el dedo, mientras yo desesperaba por darle el tiro de gracia. Fue doloroso también por otros motivos, que ya se enteraran luego. Pero lo asombroso del caso fue que seis balazos no fueron suficientes para parar a ese tipo. Cabrón de mierda.

Mientras el muy jodido me mordía el dedo y yo le partía la madre de un culatazo en la cabeza, me puse a reflexionar. “Estoy matando a un gran hombre” – me dije – “Bueno, otro más”.

El caso es que Wilkins me había dicho: “Ve a investigarlo. Averigua si sabe algo. Sácaselo por las buenas, porque el tipo está loco. Tiene balazos de todas las nacionalidades en el cuerpo. Le han tirado con Beretta, con Smith & Wesson, con AK-47. Y ha sobrevivido. Y sigue siendo un bestia.”

Me lo encontré en Personal Jesus, discutiendo con Jesús, el mexicano. Saqué mi guarda coca y estiré una línea blanca y evidente sobre la barra. Jesús casi se me tira encima, era la hora en que algunos miembros de la división antinarcóticos van a beber de incognito al bar.

- ¿Qué haces, Mesías? ¿Cómo te atreves a poner una línea de coca tan gorda sobre la barra? Los policías te van a pedir que les convides.

- Ya no me toques con tus dedos asquerosos, mexicano.

- Oye, tú también eres medio mexicano.

- Sí, es mi parte mala. Hey, tú. Sí, el del sombrero de lana. Mira esto. – dije a O´Connor, mientras me aspiraba la larga línea de coca.

- No quiero mezclarme contigo. No quiero problemas con las drogas – me dijo O´Connor.

- Yo nunca he tenido problemas con las drogas. Los problemas los he tenido siempre con la policía.- dije, mientras me acomodaba la nariz.

- ¿Hey, Mesías, te queda un poco? – me dijo el agente Stuart, tirándome del sobretodo.

- ¿Ves? – dije a O´Connor. – Si le digo que no voy preso. Si le digo que sí, volverá en quince minutos a pedir otros tiros. – le di la mano – Me llamo Mesías.

- John. John O´Connor.

- Un gusto John. Vámonos de aquí, a tomar algo a otro lado – y luego, mirando a Jesús, largué –Este solía ser un antro respetable, mexicano. Ya no lo es.

John me dijo que tenía un par de botellas de whisky en su casa. Le pregunté como un tipo que no quería tener problemas con las drogas guardaba un par de botellas en su casa. Me dijo al fin y al cabo todos tenemos problemas. Me pareció una buena respuesta. Subimos a mi auto.

- Oye, yo te conozco. Tu has matado a Lorenzo.
- Sí.
- Y a Jerry “Seis dedos”
- Sí.
- Y a Marvin, el pianista.
- Sí.
- Gracias por matar a Marvin.
- De nada. No voy a decirte “Fue un placer” porque Marvin era un tipo duro de pelar. Lo desollé vivo, entiendes. Y el muy cabrón no colaboraba ni un poco.
- Me debía dinero, ¿sabes?
- A mí también.
- Qué bueno que tengamos cosas en común. Es bueno encontrarse gente así en el mundo. Uno se siente menos solo.
- Oye, no eres marica, ¿no?
- No.

Llegamos a su casa. Una alfombra de condones usados decoraba el piso.

- Siéntate donde quieras.
- Tengo miedo de embarazarme.
- Disculpa, tengo tiempo de no venir por casa.
- Ah, correcto, ¿eso quiere decir que el esperma dentro de los condones ya es viejo y probablemente está muerto?
- Exacto.
- No sé por qué le encuentro cierta lógica a tu mensaje, pero no me convence del todo. Prefiero quedarme parado.

Mi plan era simple. Emborracharlo y hacerlo cantar. Con la línea gorda que me había clavado, estaba seguro que mi rendimiento alcohólico iba a ser superlativo. Con esa tranquilidad me pimplé varios tragos (no había vasos en la casa) de whisky del bueno. John parecía tener, al igual que yo, una admirable resistencia al alcohol. Igualmente, yo estaba seguro de no desfallecer. Mi hígado nunca me ha abandonado, y el día que lo haga, será para ser tirado en un tacho de basura y cambiado por el de algún indigente de Europa del Este.

De alguna manera me encontré seis horas más tarde sin pantalones, con resaca y con un grosero dolor de culo. Así que así iban a ser las cosas, John. A traición, de mala leche, y sin usar condón. Tu lo has querido, muchacho. La venganza va a ser dulce y con una barra de acero al rojo vivo.

Estuve semanas buscándolo por toda la ciudad. Al parecer, John tenía una larga lengua.

- Oye, Mesías, ¿es verdad que John O´Connor te hizo cagar hacia adentro?

Pedí referencias a todo el mundo. En el puerto, donde tenía colegas que vendían armas, me dijeron:

- Ya volverá a casa, pequeño. No lo extrañes tanto.

Parecía que se lo hubiera tragado la tierra. Hasta que un día, Wilkins me dijo:

- ¿Has buscado en los bares gays?
- Ya basta de chistes, Wil. No los soporto.
- No, hombre, te hablo en serio. El tipo es marica. No sería raro que algunas locas amigas lo protejan.
- Estamos en una ciudad de veinte millones de personas. El diez por ciento es homosexual. Eso reduce la cuenta a apenas dos millones de habitantes.
- Bueno, pero tu presa es una marica especial. Según me contaste, es sucia. Busca en los peores lugares, en los más sórdidos, los glory holes y cosas por el estilo. Seguro que lo encontrarás por allí.
- ¿Cómo sabes de la existencia de los glory holes?
- ¿Cómo sabes tú de la existencia de los glory holes?
- Ejem.
- Bueno, déjame que tengo que seguir trabajando.

Busqué, Glory Hole por Glory Hole. Me los recorrí a todos. Lamentablemente para mi buen nombre y honor, muchas maricas me saludaban por la calle y hasta alguno quiso anotarme su teléfono. Fue la búsqueda más sórdida, horrible y llena de chupadas que me ha tocado vivir. Pero lo encontré. Finalmente encontré al desgraciado. Estaba en un glory hole, y del otro lado un travesti desdentado le hacía el favor. Lo sorprendí desde atrás y puse el arma en su cabeza.

- Si, hombre, gatilla, gatilla sin miedo que me encanta jugar a la ruleta rusa.
- No soy uno de tus asquerosos amigos masoquistas, imbécil. Soy Mesías.
- Tiempo sin vernos, cariño. ¿Podrías esperar que estoy ocupado?

Primer balazo en la cabeza. Sin resultados, más que el tipo se diera vuelta y me lanzase un recto a la quijada. La bala había sonado rara cuando chocó contra el parietal.

- Tengo un parietal de titanio, imbécil. No eres el primero que ha disparado ahí.

Recuperándome del golpe, pegué un salto felino y me puse a distancia. Disparé al pecho los cinco cartuchos que me restaban. O´Connor seguía avanzando, cada vez con menos fuerza. Me tomó la mano con violencia. Y me mordió tan fuerte el pulgar que creía que iba a amputármelo.

Le pegué un culatazo en la cabeza. Dos, Tres. Por fin soltó mi dedo. Puse una bala en la recámara y puse el arma en su boca. Le volé la tapa de los sesos.


Ahora que me doy cuenta, nunca conseguí sacarle la información que Wilkins me había pedido que le sacara.

4 comentarios:

  1. Magnifique. Hacia un tiempo que no te visitaba, y si al volver uno se encuentra con un cuento de este calibre, entonces todo es obra del destino. Chapeau. Como siempre nos dijimos, "escribis de puta madre."

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  2. Gracias Javier! Un gusto que hayas venido a leer un rato.
    Un abrazo

    Pedro

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  3. Pocos Mesías han sido los salvadores, ni de sí mismo se puede salvar...


    Excelente Pedro, me cautivó, me atrapó, bien logrado en lo expresivo.-

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