lunes, 15 de junio de 2009

El Amor tiene cara de disparo




Mi madre solía decirme

- Mesías, cuídate de todas las mujeres. No confíes en ninguna. La mujer es el peor bicho que existe.

Y una vez terminada esta frase, me encajaba una paliza. Ella decía que era para retener la idea, pero de tantas sacudidas, las ideas nunca se me quedaban en el mismo sitio.

Aquel día yo venía acordándome de mi madre. También venía acordándome de la madre de Wilkins, el muy hijo de perra me había ganado tres mil en una noche.

Pero por sobretodo, venía acordándome de mi madre, y de su profecía. Había acertado justo en el medio. Bang. Al corazón. Estos días en los cuales me pongo melancólico, me resultan asquerosos.

Julie había sido mi primera novia. Con ella habíamos vivido los momentos más románticos que alguien puede tener. Habíamos paseado por el parque una soleada tarde de otoño, yo había buscado con afán unos maricas para sacarles la mierda a golpes delante de ella, nos habíamos ido a su casa, dopado a su madre, y nos habíamos puesto a follar como condenados. Luego, habíamos aspirado coca sobre su foto de bodas, y después, jugamos tiro al blanco con los gatos callejeros de su barrio. Fue la primera mujer que me dijo: “Te quiero, Mesías. Te quiero tanto que voy a chupártela aunque no te hayas bañado”.

Los recuerdos felices son un asco, ¿verdad?


Es una pena que se haya metido con Tom y que ahora tenga que matarla. El trabajo es sucio, pero alguien tiene que hacerlo.

Tom es un muchacho tranquilo. Casado y respetable. Nadie diría que detrás de esa sucia tienda de fideos, se esconde un hermoso casino clandestino.

Tom Spezzini es una buena persona. Nunca te persigue para que le pagues.

- Óyeme desgraciado. Si no me pagas, te partiré la otra pierna…

Prefiere ir a buscarte cuando estás distraído. No le gusta correr. Yo debía por aquel entonces mil seiscientos. Tom me llamó a su oficina.

- Oye, Mesías. Tengo un trabajo para ti. Tú conoces a Julie, ¿no?
- Claro que la conozco.
- Necesito que la quites del medio.
- No puedo hacerlo, Tom. Sabes que Julie ha sido muy importante para mí.
- También lo ha sido para mí, Mesías. Lo ha sido para Wilkins, para los chicanos, para los negros, para el alcalde y para todo lo que tenga algo colgando en la entrepierna en esta ciudad…
- Igualmente, no puedo hacerlo, Tom. Ha sido mi primera mujer.
- Mesías, me debes casi dos mil dólares. Si la matas, te cancelaré la deuda y te daré el resto en efectivo.
- Ahora que lo mencionas, hay amores que matan, Tom. Acepto.

Buscar a Julie no fue nada fácil. Es posible encontrarla de día en cualquier cama, o de noche, en algún baile. Son demasiados lugares. Entonces le pedí a Tom un favor. Hacer que ella viniera a mí. Tom anduvo comentando por semanas que yo le había ganado sesenta mil al veintiuno. Que estaba dulce. Cuando ella lo supo, vino volando al reencuentro.

- Mesías, cielo, no sabes lo mucho que he estado pensando en ti.
- Me imagino, Julie, me imagino.
- Pero este no es el mejor lugar para hablar. Vamos a tu departamento, Mesías..

¿Por qué no? Una última sacudida, el saludo de clausura a Julie, se lo podía dar yo. La llevé a mi apartamento, y tuvimos una noche tremendamente mágica. Follamos horas y más horas, de todas las maneras posibles, y en todas las posiciones… Julie había aprendido cosas nuevas en el tiempo que llevábamos sin vernos. Debo decir en su favor que era una estudiante aplicada: solía practicar todos los días con tipos distintos.

Nunca mato mujeres, a menos que sean. Miento. Si la opción es viable y ponen unos dólares más, cualquiera es finado.

Me vestí aprisa. La subí al coche, sin dar mayores explicaciones.

- ¿Qué te pasa? - me preguntaba cada tanto – Oye, no me trates así porque pedí que te bañaras.

Era inútil responder. La llevé a un descampado, donde le dije que Tom me había contratado para matarla. Y que iba a hacerlo.

- Por favor, Mesías, no lo hagas.
- Tengo que hacerlo. Debo mucho a Tom.
- Mesías, ten piedad.
- No puedo, Julie.
- Por lo que hemos vivido juntos, corazón.

Algo tembló dentro de mí. Recordé cuando éramos tan solo unos adolescentes. Recordé el barrio, y a Julie caminando conmigo, de la mano. Recordé que había sido mi primera mujer y yo uno de sus primeros hombres, quizá el nro. 15 o 16...

- Julie. No vuelvas a aparecer por la ciudad. Ni siquiera recojas tus cosas. Aquí tienes cincuenta dólares. Ve a la terminal y toma un bus a cualquier parte.
- Mesías, gracias, eres el único hombre al que realmente amé.
- Vete antes que me arrepienta.

Julie salió disparada hacia el sol. Y un solo disparo a la altura de la nuca bastó para liquidarla. ¿Ven por qué no quiero matar mujeres? Uno siempre se pone sentimental.

Foto: Javier Dîas Tello

2 comentarios:

  1. Como siempre, estas historias me han parecido magistrales y parte de lo que más me gusta de tus trabajos.
    Sea Cristo o Mesías, son excelentes.
    Abrazos!

    ResponderEliminar

Deje su denuncia aquí.